José M. Esteve
Catedrático de Teoría de la Educación. Universidad
de Málaga.
1. EL SISTEMA EDUCATIVO FRENTE AL PASO DE LA
EDUCACION SELECTIVA A LA EDUCACION GENERAL.
Cuando, desde una perspectiva futura, la Historia de la Educación
haga una valoración de nuestro actual sistema educativo, un acontecimiento
prevalecerá sobre todos los demás marcando un auténtico
punto de inflexión que nos separa del pasado, pese a que aún
no ha sido totalmente asimilado por los mismos agentes que lo han hecho
realidad. Los regeneracionistas del 98 soñaban, como una utopía,
en un país en el que todos los niños fueran a la escuela,
y a mediados de la década de los ochenta se hizo realidad la utopía
al conseguir la escolarización plena del cien por cien de nuestros
niños en las edades legisladas como de escolaridad obligatoria,
alcanzando en la enseñanzas secundarias niveles de participación
crecientes, cercanos al 85%, y que constituyen cada año un nuevo
récord. Esta situación contrasta fuertemente con la de veinte
años antes, a finales de los sesenta, cuando la ausencia o la exclusión
de la escuela, con el analfabetismo consiguiente, era la norma en muchas
de las zonas rurales y en los barrios más desfavorecidos de las
grandes ciudades, sin que la tasa de escolarización de secundaria
superara la cifra del 9% de cada cohorte de edad.
La situación actual carece de precedentes históricos,
supone el fin de un sistema educativo de carácter selectivo, basado
en la exclusión, y configura una nueva concepción de nuestro
sistema de enseñanza que aún no somos capaces de valorar
en su justa medida, porque todos nosotros hemos sido educados en el anterior
sistema educativo, y, al carecer de otras referencias, tendemos inevitablemente
a comparar los problemas actuales con situaciones anteriores, sin entender
que la generalización de la enseñanza al cien por cien de
la población supone un cambio cualitativo que modifica los objetivos,
las formas de trabajo y la esencia misma del sistema educativo.
Este cambio, aún no asimilado, explica por qué pese a
tener el mejor sistema educativo que hemos tenido nunca, los profesores
con mayores niveles de preparación, y unas dotaciones financieras
y materiales impensables hace muy poco tiempo, prevalece un sentimiento
de crisis, la idea general de que hay que reforzar la calidad del sistema,
e incluso un generalizado desconcierto entre los profesores y los padres
de los alumnos al constatar que la enseñanza ya no es lo que era,
queriendo aplicar a la nueva situación de enseñanza general
los parámetros y valores de la situación previa, en la que
sólo una minoría tenía acceso a la enseñanza,
y el sistema selectivo de exclusión expulsaba cada año a
los niños que planteaban cualquier tipo de problema, en su dominio
de las materias de enseñanza o en su comportamiento en el centro.
El paso desde un sistema de enseñanza de élite al nuevo
sistema de enseñanza general, no sólo ha supuesto el consiguiente
aumento cuantitativo en los efectivos de profesores y alumnos, sino también
la aparición de nuevos problemas cualitativos sobre los que se impone
una reflexión profunda. Enseñar hoy, es algo cualitativamente
distinto de lo que era hace veinte años. Fundamentalmente, porque
no tiene el mismo grado de dificultad trabajar con un grupo de niños
homogeneizados por la selección, que atender al cien por cien de
los niños de un país, con el cien por cien de los problemas
sociales pendientes que esos niños llevan consigo. De ahí
el desconcierto que alcanza a muchos de nuestros profesores y a buena parte
de la sociedad, al valorar la situación actual de nuestro sistema
de enseñanza con los esquemas derivados de la anterior situación:
la enseñanza selectiva.
La aceleración del cambio social hace que, cada vez más,
un número creciente de individuos experimente un fuerte desconcierto
al descubrir que las cosas ya no funcionan como antes, que las realidades
conocidas han sido barridas y sustituidas por otras, en las que no saben
muy bien cómo desenvolverse. Y esto sin ninguna posibilidad de retorno
al antiguo paisaje social que dominaban y conocían. Este mismo sentimiento
de desconcierto afecta hoy a muchos de nuestros profesores, cuando comparan
lo que era la enseñanza hace unos años y el paisaje cotidiano
que ofrecen hoy los centros en los que trabajan. La enseñanza se
ha convertido en algo distinto; y nuestra sociedad aún no ha asimilado
la nueva situación de nuestro sistema educativo.
En los últimos veinte años, la aceleración de
diversos cambios sociales, políticos y económicos han configurado
un panorama social tan distinto, que apenas si encontramos en nuestro sistema
de enseñanza elementos que, en este tiempo, no hayan sido modificados
sustancialmente. Esta dinámica de cambio social nos obliga a pensar
en la educación y en nuestro sistema educativo desde una perspectiva
distinta; y así, en todos los países europeos se han diseñado
nuevas reformas para la enseñanza: transformadas profundamente nuestra
sociedad y nuestros sistemas escolares, se pretende remodelar nuestros
sistemas de enseñanza para hacer factible, en la nueva situación,
una enseñanza de calidad.
Sin embargo, las reformas de la educación, tras ese éxito
sin precedentes, se plantean en un momento de desencanto, en el que, paradójicamente,
la sociedad parece que ha dejado de creer en la educación como promesa
de un futuro mejor, y los profesores enfrentan su profesión con
unas actitudes de abstencionismo y dimisionismo que han ido creciendo paralelas
al deterioro de su imagen social. Muchos de ellos contemplan las reformas
con escepticismo. Sin embargo, las actitudes de los profesores y de la
sociedad son básicas para hacer realidad las reformas que se proyectan.
En la actitud de los profesores hacia las reformas y en el apoyo de la
sociedad están las claves de futuro para construir una educación
de calidad.
El sentido y los problemas actuales de la función docente no
pueden valorarse con exactitud más que situándolos en el
proceso de cambio registrado en el sistema educativo durante los últimos
años.
El objetivo básico en esta ponencia es ofrecer un marco de reflexión
sobre el sentido y la significación de los problemas actuales de
la educación, clarificando qué objetivos y qué metas
habría que conseguir, y qué líneas de actuación
prioritarias nos permitirán mejorar, al mismo tiempo, la calidad
del sistema educativo, las condiciones de trabajo de nuestros profesores
y la imagen social de nuestro sistema de enseñanza.
2. LOS PROBLEMAS DE LA EDUCACION DESDE LA PERSPECTIVA DEL CAMBIO SOCIAL.
El estudio de los problemas actuales de nuestro sistema educativo debe situarse, necesariamente, en el contexto de los profundos cambios sociales y educativos que se han vivido en las dos últimas décadas por tres razones bien precisas:
1- Es necesario eliminar el desconcierto. Si las circunstancias han cambiado, obligándonos a replantear el papel y los objetivos mismos de nuestro sistema de enseñanza, un análisis preciso de los principales indicadores de ese cambio nos permitirá clarificar la situación en la que nos encontramos y las dificultades a las que hemos de hacer frente, diseñando unas respuestas más adecuadas ante los nuevos interrogantes.
2- El estudio de la influencia del cambio social sobre la función docente puede servir como una llamada de atención a la sociedad, padres, medios de comunicación, y administraciones educativas, para que comprendan las nuevas dificultades a las que se enfrentan los profesores. Como luego veremos, un elemento importante en el estado actual de nuestro sistema de enseñanza es la falta de apoyo, las críticas y el dimisionismo de la sociedad respecto a la tarea educativa, intentando hacer del profesor el único responsable de los problemas de la enseñanza, que, en muchas ocasiones, son problemas sociales que requieren soluciones sociales.
3- Sólo a partir de una visión global de los nuevos problemas
generados por la influencia estos cambios, es posible diseñar unas
pautas de intervención capaces de mejorar la calidad de nuestro
nuevo sistema educativo. Las nuevas respuestas deben plantearse simultáneamente
en varios frentes:
a. Imagen social de nuestro sistema de enseñanza (relaciones
sociedad-sistema educativo, apoyo de la sociedad, sociedad educativa).
b. Condiciones de trabajo de los agentes del sistema educativo (dotaciones
de material, tratamiento específico de las zonas de educación
compensatoria, relaciones profesor-alumno, reconsideración de las
funciones de dirección y supervisión).
c. Formación de profesores para afrontar las nuevas expectativas
sociales (formación inicial y formación continua).
Diversos indicadores nos hablan de un descenso en la calidad de la
enseñanza, en buena medida producido por las actitudes de inhibición
y desconcierto que se extienden entre nuestros profesores (actitudes de
inhibición cercanas al 30%; aumento de las bajas hasta alcanzar
cifras del 17%. Vid. Esteve, 1995). Y, tal como hemos visto en los países
de nuestro entorno, el problema aún no ha hecho sino empezar: el
continuo avance de las ciencias y la necesidad de incorporar nuevos contenidos
de enseñanza, junto con la necesidad de adaptarse a los nuevos problemas
de una sociedad marcada por la aceleración del cambio social, imponen
una dinámica de renovación permanente, en la que los profesores
tendrán que aceptar profundos cambios en la concepción y
el desarrollo de su profesión. Es necesario romper el círculo
vicioso de un sistema de enseñanza que, al responder con lentitud
ante los cambios, recibe continuamente la crítica de la sociedad
acusándole de no responder a las nuevas exigencias sociales; ya
que cuando nuestro sistema de enseñanza se pone en marcha y elabora
unas respuestas, la sociedad ha vuelto a cambiar, las expectativas y los
problemas son distintos, y, de nuevo, la sociedad vuelve a criticar al
sistema educativo por no responder a las exigencias sociales.
Si no se enfrentan los nuevos problemas generados por estos cambios,
crecerá el malestar con nuestro sistema educativo, y aún
descenderá la calidad de nuestra enseñanza, ya que la generalización
de las críticas aumenta la desmoralización del personal que
la atiende. Y una enseñanza de calidad va a ser cada día
más imprescindible para que una sociedad moderna responda a las
exigencias de formación y especialización que impone el progreso
social.
3. PRINCIPALES ELEMENTOS DE CAMBIO EN EL SISTEMA ESCOLAR.
Al menos, podemos enumerar doce indicadores básicos con los que
resumir los principales cambios de la educación en los últimos
veinte años. Los nueve primeros se refieren, fundamentalmente, a
la creación de nuevas concepciones sociales sobre la educación,
tienen una fuerte incidencia en la vida de las instituciones educativas
y hacen referencia al contexto social en el que se ejerce la función
docente. Los tres últimos se refieren a variaciones registradas
en el interior del clima de clase, ya que éste es altamente permeable
a las influencias exteriores.
Estos indicadores nos permiten identificar los problemas que requieren
la intervención de la administración, sobre todo en los programas
de formación de profesorado, para intentar reducir los efectos negativos
que se proyectan sobre el sistema educativo. Veamos los indicadores más
importantes.
3. 1. Utopía, expectativas de la sociedad y aumento de exigencias
sobre los profesores.
La educación incluye, inevitablemente, un componente utópico.
Cualquiera que sea la definición que de ella queramos dar, la educación
incluye siempre la idea de perfección: educar consiste en mejorar
a una persona, y desde el punto de vista social, al grupo de personas que
constituye una nueva generación.
Esta idea ha ido calando en nuestra sociedad; y así, abandonando
la concepción de la educación reducida al ámbito de
lo intelectual, han ido apareciendo múltiples adjetivos que pretenden
llamarnos la atención sobre los diversos enfoques que la educación
puede adoptar para perfeccionar la personalidad de nuestros alumnos en
los más diversos campos: educación moral, educación
estética, educación física, educación social...
y, un largo etcétera, que puede llevarnos a la educación
vial, la educación multicultural y la educación multilingüe,
por citar sólo tres de los últimos adjetivos recientemente
incorporados a la larga lista de nuevos objetivos que la sociedad demanda
de nuestro sistema educativo. Y no sólo pedimos a nuestros profesores
que abarquen todos los campos en los que pueda perfeccionarse la personalidad
humana, sino que además les pedimos mesura y equilibrio: esos diferentes
objetivos deben incorporarse en un todo armónico, consiguiendo una
personalidad integrada, sin que el desarrollo excesivo o unilateral de
una de esas áreas produzca hombres y mujeres desequilibrados.
Una vez instalado este discurso, toda actuación educativa, por
muchos éxitos que consiga podrá ser criticada: ya que siempre
le faltará algo que cumplir; o bien, se le podrá achacar
la ruptura del equilibrio en el desarrollo de las múltiples tareas
que encomendamos a nuestros profesores. Así, en los últimos
años, no han hecho sino aumentar las nuevas exigencias de nuestra
sociedad sobre el sistema educativo. El proceso de incorporación
de nuevas demandas es un hecho histórico innegable. Hace veinte
años un profesor podía decir en voz alta que era profesor
de física y que sólo enseñaba física, en el
momento actual se ha generalizado la petición de que todo profesor
se interese por el equilibrio psicológico de su alumno, el desarrollo
de su sentido crítico, tenga en cuenta su formación cívica,
atienda problemas de coeducación en clase, y una lista tan larga,
como lo sea nuestro empeño en explicitar el componente utópico
de la educación al que nos hemos referido. Siempre habrá
algo nuevo que atender, algo nuevo por descubrir o por añadir a
lo que la educación ya ha conseguido. Máxime en una sociedad
en la que se ha generalizado la tendencia a convertir en problemas educativos
todos los problemas sociales pendientes. Así, en cuanto se observa
la aparición de nuevos brotes de racismo, inmediatamente se exige
que las escuelas incorporen una decidida actuación de educación
multicultural que favorezca la tolerancia y la solidaridad inter-étnica.
Si aparecen nuevas enfermedades, sólo es cuestión de meses
el que se elaboren y pongan en marcha nuevos programas de educación
para la salud. Si aumentan los accidentes de tráfico, se solicita
la inclusión de la educación vial como materia obligatoria
en la formación de maestros. Si hay un problema de bilingüismo
producido por un largo período de intolerencia política,
las instituciones escolares acaban en el ojo del huracán de las
medidas planteadas para solucionarlo. Con esta forma de pensar en la educación,
los problemas sociales y los problemas políticos se transmutan inmediatamente
en problemas educativos. A veces, la sociedad olvida el enfoque social
de estos fenómenos y el análisis de sus causas; y con independencia
de sus pautas de desarrollo, se añade una nueva utopía a
las peticiones que sobre la educación se proyectan, y se espera
que también ésta solucione el problema. Si se extiende el
uso de drogas, enseguida se propone solucionar el problema elaborando programas
educativos de prevención de la drogadicción, y se considera
a la escuela y a los maestros como responsables en la lucha contra la droga.
Lo mismo ocurre con el aumento de la violencia entre los jóvenes.
La sociedad no se plantea una responsabilidad colectiva. Paradójicamente,
se deplora el aumento de la violencia en la sociedad, sobre todo entre
las generaciones jóvenes; y, al mismo tiempo, la televisión
utiliza la violencia como objeto de entretenimiento cotidiano. La capacidad
de penetración de los medios audiovisuales jamás podrá
ser contrarrestada por la actuación dispersa de nuestros profesores
y nuestras escuelas; es necesario, por tanto, hacer una llamada desde el
mundo de la educación para que la sociedad entienda que estos problemas
son una cuestión de responsabilidad colectiva.
El estudio de las expectativas sociales se convierte entonces en un
elemento imprescindible para comprender el apoyo de la sociedad al sistema
educativo en un lugar y en una época histórica determinada.
Tal como está ocurriendo con nuestro sistema sanitario, en los últimos
años se ha extendido la crítica de la sociedad y de los medios
de comunicación social sobre nuestro sistema de enseñanza.
Y el problema no parece una cuestión de calidad del sistema, sin
duda el mejor de nuestra historia, sino más bien de una extensión
desmesurada de las expectativas sociales.
Ahora bien, pese a que nuestra sociedad espera que el sistema educativo
asuma una importante responsabilidad en el enfrentamiento de estos nuevos
problemas sociales, no hay unas directrices decididas para cambiar la formación
inicial de los profesores, incluyendo cursos específicos que les
permitan una acción coherente frente a estas nuevas exigencias.
La inercia hace que nuestros profesores de primaria sigan siendo formados
en modelos normativos, basados en la vieja concepción del maestro
de niños generalista, haciendo caso omiso a los descubrimientos
de los últimos veinte años de investigación en didáctica
y psicología del aprendizaje. Nadie parece advertir que muchos de
ellos han tenido que reconvertirse sin ayuda para dar clases en aulas de
formación de adultos u otros programas sociales específicos.
De hecho, las titulaciones de educación social, implantadas en casi
todas las Universidades españolas, aún continúan pendientes
de aprobación en Andalucía, quedando las materias específicas
que formarían a nuestros profesores para intervenir en estos programas
sociales al albur de su aceptación como materias optativas.
El problema es aún peor con nuestros profesores de secundaria.
Su formación se sigue encomendando a las Facultades universitarias
de Ciencias y Letras, cuyo modelo de formación es el del investigador
especialista, y que, ni por asomo, se plantean formar profesores (Esteve,
1997). No es de extrañar, por tanto, que sufran auténticos
"choques con la realidad" al pasar, sin mayor preparación, de la
investigación sobre química inorgánica o de su tesis
de licenciatura sobre un tema de alta especialización, a plantearse
cómo ilusionar a cuarenta niños de un barrio conflictivo
en los conocimientos más elementales de la química o la filosofía.
No se trata sólo de la inadecuación de una formación
psicopedagógica, encomendada a unos cursos de aptitud pedagógica
desprestigiados y criticados por la misma Administración desde hace
quince años, sino, mucho más allá, de la formación
de una identidad profesional falsa, en la que, durante los años
de formación, el futuro profesor se imagina a sí mismo implicado
en unos modelos de trabajo profesional que no se corresponden con el trabajo
real que nuestra sociedad encomienda a los profesores de secundaria.
Las actitudes de los profesores ante la enseñanza dependen en
buena medida del tipo de formación inicial que éstos hayan
recibido. Los trabajos realizados por Honeyford (1982) en Inglaterra, Gruwez
(1983) en Francia, Vonk (1983) en Holanda, Bayer (1984) en Suiza, Martínez
(1984), Vera (1988) y Esteve (1997) en España, coinciden en señalar
que la formación inicial de los profesores tiende a fomentar una
visión idealizada que no se corresponde con los problemas reales
de la enseñanza. El profesor novato va a quedar desarmado y desconcertado
al encontrar que la práctica real de la enseñanza no responde
a los esquemas ideales con los que se le ha formado; sobre todo contando
con que su primer destino se desarrollará en condiciones precarias,
y que los profesores más experimentados, por riguroso orden de antigüedad,
les van a obsequiar con los peores grupos, los peores horarios, los peores
alumnos y las peores condiciones de trabajo.
3. 2. Inhibición educativa de otros agentes de socialización.
Paralelo a este proceso de exigencia de mayores responsabilidades educativas
sobre el profesor, se registra -como ya hemos comentado- un proceso de
inhibición en las responsabilidades educativas de otros agentes
de socialización. Fundamentalmente de la familia, por la incorporación
masiva de la mujer al trabajo, la reducción en el número
de sus miembros y la consiguiente reducción en el número
de horas de convivencia. Como consecuencia de ello, cada vez se extiende
más la idea de que toda la labor educativa debe hacerse en la escuela,
produciéndose auténticas lagunas si la institución
escolar descuida un campo educativo, aunque se trate de valores básicos,
tradicionalmente transmitidos en el ámbito familiar. Como reflejo
de esta inhibición se exige a las instituciones escolares que entren
en el terreno de la educación moral, aunque no está nada
claro que la institución escolar deba ser la única responsable
a la hora de enseñar el valor de la honradez o la importancia del
respeto a los demás, mientras el resto de las instituciones sociales
considera que puede inhibirse tranquilamente, ya que la escuela es la única
responsable del mantenimiento de esos valores.
Cotidianamente, nuestros profesores constatan que los padres de los
alumnos más conflictivos se desentienden de cualquier contacto con
las instituciones escolares de sus hijos, haciendo buenas las conclusiones
de los trabajos de Husen (1972) que, sobre un amplio abanico de factores
implicados, señalan las expectativas de los padres sobre el futuro
de sus hijos como el factor que más alto correlaciona con el éxito
y el fracaso escolar.
Nadie puede esperar que la educación solucione ninguno de los
problemas sociales pendientes mientras dejemos solos a los profesores,
y el resto de la sociedad se inhiba en sus responsabilidades educativas.
Ciertamente, nuestro sistema de educación debe dar respuestas educativas
a los nuevos problemas sociales, pero también deben desarrollarse
los conceptos de sociedad educadora y de relación escuela-familia
para crear una conciencia de responsabilidad compartida, y, sobre todo,
un nuevo impulso al apoyo y al reconocimiento del trabajo de los profesores
por parte de la sociedad.
3. 3. Ruptura del consenso social sobre la educación.
En los últimos veinte años se rompe el consenso social
sobre los objetivos que deben perseguir las instituciones escolares y sobre
los valores que deben fomentar. Aunque este consenso no fue nunca muy explícito,
en épocas anteriores había un acuerdo básico sobre
los valores a transmitir por la educación. De esta forma, la educación
reproducía núcleos de valores ampliamente aceptados, tendentes
a una socialización convergente, es decir a la unificación
e integración de los niños en la cultura dominante. Es el
modelo educativo del "crisol", desarrollado en Estados Unidos por John
Dewey, cuando a este país llegaban cientos de emigrantes de otras
culturas a los que se trataba de "fundir" en la cultura de raíz
anglosajona, basada en la idea de la democracia (Dewey, 1916).
En el momento actual nos encontramos ante una auténtica socialización
divergente, cuyo desarrollo extremo podría poner en peligro la mínima
cohesión social sin la que una sociedad se disgrega (Esteve, 1998);
por una parte, vivimos en una sociedad pluralista, en la que distintos
grupos sociales, con potentes medios de comunicación a su servicio,
defienden modelos contrapuestos de educación, en los que se da prioridad
a valores distintos cuando no contradictorios; por otra parte, la aceptación
en educación de la diversidad propia de la sociedad multicultural
y multilingüe, cada vez más extendida, nos fuerza a la modificación
de nuestros materiales didácticos y a la diversificación
de nuestros programas de enseñanza. El modelo del crisol ha sido
sustituido por el de la "ensaladera", en la que se mezclan diversos ingredientes,
con la idea de que cada uno de ellos aporte su toque original a un conjunto
que se caracteriza por la diversidad de sus componentes (Toffler, 1990).
La escolarización del cien por cien de nuestra población
infantil supone la incorporación a nuestras aulas de alumnos con
sensibilidades culturales y lingüísticas muy diversas y con
una educación familiar de base que ha fomentado valores muy distintos
desde diferentes subculturas. No es de extrañar, por tanto, el desconcierto
y las dificultades de los profesores situados en las zonas geográficas
donde esta diversidad cultural es más patente: territorios bilingües,
extrarradios de las grandes ciudades con población de aluvión,
zonas con altas tasas de inmigración, y zonas de alta población
extranjera con residencia habitual.
Cada vez más, el profesor se encuentra en clase con los diferentes
modelos de socialización producidos por lo que se ha dado en llamar
la sociedad multicultural y multilingüe. Ser profesor en el extrarradio
de cualquiera de las grandes ciudades europeas equivale a dar clase a un
conglomerado de alumnos, unidos solo por la emigración, y que han
recibido su socialización primaria en diferentes culturas, e incluso
en diferentes lenguas maternas.
En verdad, el momento actual exige del profesor pensar y explicitar
sus valores y objetivos educativos. El proceso de socialización
convergente en el que se afirmaba el carácter unificador de la actividad
escolar en el terreno cultural, lingüístico y comportamental,
ha sido barrido por un proceso de socialización netamente divergente
que obliga a una diversificación en la actuación del profesor;
y esto, no sólo por efecto de la emigración, sino también
por el fortalecimiento del sentimiento de la propia identidad en diversos
grupos minoritarios autóctonos y en diferentes subculturas. Echar
un vistazo a una clase de enseñanza secundaria en una escuela de
extrarradio de una gran ciudad equivale a observar a diferentes elementos
integrantes de las más variadas tribus urbanas: rockeros, punkies,
raphtas, nuevos románticos, skinheads... etc. La diferencia entre
los mods y los heavies se vuelve importante para el profesor, porque debajo
de cada una de estas modernas tribus no sólo hay una peculiar manera
de vestir; hay también una concepción de la vida orientada
desde la perspectiva de un conjunto de valores específicos. Sin
embargo, no es fácil para el profesor entender a los alumnos que
las componen, ya que estas subculturas y tribus urbanas, cada vez nacen,
florecen y desaparecen a un ritmo más rápido.
Los interrogantes de la socialización divergente plantean
al profesor situaciones difíciles de resolver. Como señala
Merazzi (1983) es importante prepararles para asumir situaciones conflictivas.
Entre tanto, como subraya el informe de la O.I.T. (1981), es injusto reprocharles
socialmente que no estén a la altura de los desafíos que
plantea un mundo en rápida transformación, especialmente
si no se les ha preparado para afrontarlos.
3. 4. Cambio de expectativas respecto al sistema educativo.
En los últimos veinte años -como ya se ha comentado-
ha cambiado radicalmente la configuración del sistema educativo
pasando de una enseñanza de élite, basada en la exclusión,
la selectividad y la competencia, a una situación de enseñanza
general, mucho más flexible e integradora, pero incapaz de asegurar
en todas las etapas del sistema, un trabajo acorde con el nivel de titulación
alcanzado por el alumno. Es un problema muy simple en una sociedad que
funciona según las leyes del mercado: al aumentar el número
de personas que acceden a los distintos niveles de educación éstos
descienden en su valor económico. Baste pensar que sólo hace
veinte años, una persona con un título de bachillerato superior,
y por supuesto con una titulación universitaria, encontraba un trabajo
dignamente remunerado, sólo porque eran muy pocos los que accedían
a estos niveles de estudios. De esta forma ha descendido, al mismo tiempo,
la motivación del alumno para estudiar, y la valoración que
hace la sociedad del sistema educativo, muy especialmente la que hacen
los padres de los alumnos. Mientras que, hace veinte años, una titulación
académica aseguraba un estatus social y unas retribuciones económicas
acordes con el nivel obtenido, en el momento actual los títulos
académicos no aseguran nada, manteniéndose sin embargo otros
mecanismos selectivos que dependen ahora de las empresas privadas, de las
relaciones sociales de la familia o de la obtención de otros conocimientos
extracurriculares que no se imparten en el sistema reglado de enseñanza,
tal como ocurre con los conocimientos de idiomas o de informática.
De esta forma, la evolución del sistema de enseñanza
y su éxito más brillante en el terreno cuantitativo han hecho
cambiar el sentido mismo de las instituciones escolares, con la consiguiente
necesidad de adaptación al cambio por parte de alumnos, profesores
y padres, que deben modificar su mentalidad respecto a lo que, ahora, pueden
esperar del sistema de enseñanza. Obviamente, como señala
Ranjard (1984), es absurdo mantener en una enseñanza masificada
los objetivos de un sistema diseñado para una enseñanza de
élite y, en este sentido, por la fuerza de los hechos, nuestros
sistemas de enseñanza se han diversificado y hecho más flexibles;
pero, ahora, sobre todo en términos de rentabilidad social, no podemos
esperar de ellos los resultados que se obtenían en su antigua configuración
de sistemas que atendían a una élite, tanto más restringida
cuanto más se avanzaba en los escalones selectivos del sistema.
3. 5. Modificación del apoyo de la sociedad al sistema educativo.
En buena medida por la ruptura del consenso descrita en el punto anterior,
se ha modificado el apoyo del contexto social hacia la enseñanza.
Por una parte, el sistema de enseñanza ha defraudado a los padres
respecto al futuro de sus hijos; por otra, la realidad ha demostrado que
su extensión y masificación sólo ha conseguido metas
limitadas respecto a la igualdad y la promoción social de los más
desfavorecidos.
El resultado ha sido la retirada del apoyo unánime de la sociedad,
y el abandono de la idea de la educación como promesa de un futuro
mejor. Buena parte de la sociedad, algunos medios de comunicación,
e incluso algunos gobernantes, han llegado a la conclusión simplista
y lineal de que los profesores, como responsables directos del sistema
de enseñanza, son también los responsables directos de cuantas
lagunas, fracasos, imperfecciones y males hay en él.
Como han señalado Patrice Ranjard (1984) en Francia y Martin
Cole (1985, 1989) en Inglaterra, la valoración negativa del profesor
como chivo expiatorio y responsable universal de todos los males del sistema
es uno de los signos de nuestro tiempo. Uno de sus reflejos más
evidentes es el aumento de demandas por responsabilidad civil, accidentes,
agresiones o conductas calificadas como impropias desde otro sistema de
valores. Mientras que hace veinte años, los padres estaban dispuestos
a apoyar al sistema de enseñanza y a los profesores ante las dificultades
del proceso de aprendizaje y de la educación de sus hijos, en el
momento actual encontramos una defensa incondicional de los alumnos, sea
cual sea el conflicto y sea cual sea la razón que asista al profesor.
La falta de apoyo y de reconocimiento social de su trabajo se hace cada
vez más patente; quizá también porque nuestra sociedad
ha cambiado en sus patrones valorativos, y mientras que hace unos años
valoraba el saber y el ser, ahora tiende a valorar el tener y el poder.
El juicio social contra el profesor se ha generalizado. Los medios
de comunicación social, algunos políticos con responsabilidad
en materia de enseñanza, y sobre todo los padres de los alumnos,
todos parecen dispuestos a considerar al profesor como el principal responsable
de las múltiples deficiencias y del general desconcierto de un sistema
de enseñanza fuertemente transformado por la dinámica de
cambio social descrita, pese a que los enseñantes son, paradójicamente,
las primeras víctimas.
De hecho, la valoración de la labor del profesor en su puesto
de trabajo sólo se hace en un sentido negativo. Si un profesor hace
un trabajo de calidad dedicándole un mayor número de horas
de las que configuran su jornada laboral, pocas veces se valora este esfuerzo
supletorio; sin embargo, cuando la enseñanza fracasa, a veces por
un cúmulo de circunstancias ante las que el profesor no puede operar
con éxito, el fracaso se personaliza inmediatamente, haciéndole
responsable directo con todas las consecuencias.
3. 6. Descenso en la valoración social del profesor.
Se ha modificado, igualmente, la consideración social del profesor.
Aún no hace muchos años se reconocía tanto al maestro
y mucho más al profesor de secundaria con titulación universitaria,
un estatus social y cultural elevado. Se estimaba en ellos su saber, su
abnegación y su vocación. Sin embargo, en el momento actual,
nuestra sociedad tiende a establecer el status social en base al nivel
de ingresos. Las ideas de saber, abnegación y vocación han
caído en picado en la valoración social. Para muchos padres,
el que alguien haya elegido ser profesor no se asocia con el sentido de
una vocación, más que como una coartada de su incapacidad
para "hacer algo mejor", es decir, para dedicarse a otra cosa en la que
se gane más dinero. Por eso el salario de los profesores se convierte
en un elemento más de la crisis de identidad que les afecta. No
es tanto una cuestión de cantidad cuanto de consideración
social, e incluso, de un agravio social comparativo: en todos los países
del occidente europeo, los profesionales de la enseñanza, en todos
los grados, tienen unos niveles de retribución sensiblemente inferiores
a los de otros profesionales con su mismo nivel de titulación. En
consecuencia, se ha producido una desvalorización de su imagen social,
paralela a su desconsideración salarial.
Hace veinte años, el maestro era una figura cultural y social
relevante, sobre todo en el medio rural; al aumentar el nivel cultural
de la población, su título de grado medio ya no se percibe
como algo extraordinario. Los profesores de secundaria eran, a menudo,
figuras literarias y científicas sobre las que pivotaba la vida
cultural de muchas ciudades. En cualquier caso, eran unánimemente
respetados y socialmente considerados. Sin embargo, en el momento actual,
extendidos los valores del filisteísmo, pocas personas están
dispuestas a valorar el saber, la abnegación en el trabajo con niños,
o el cultivo callado de las ciencias. Extendida la consigna contemporánea
de: "buscad el poder y enriqueceos", el profesor aparece ante la mentalidad
de mucha gente como un pobre tipo que no ha sido capaz de buscar otra ocupación
mejor retribuida. Interiorizada esta mentalidad, muchos profesores abandonan
la docencia buscando su promoción en otros campos, o en los cargos
dirigentes, alejados de las aulas, que hemos visto proliferar en la enseñanza
de nuestros días. Así, algunos de los que han sido incapaces
de seguir día a día los problemas cotidianos del aula, se
convierten en quienes dirigen, juzgan y critican a los que siguen trabajando
en ellas. No es de extrañar que cunda la desmoralización
y que en los países más desarrollados, como Francia, Alemania,
Suecia e Inglaterra, donde hay otras alternativas laborales, empiece a
escasear el profesorado y a hacerse difícil el reclutamiento de
jóvenes en ciertas especialidades. Si no se promociona salarialmente
a los profesores en el interior de la docencia y no se mejora su imagen
social, la batalla de las reformas de nuestros sistemas de enseñanza
occidentales podemos darla por perdida en manos de un grupo social desmoralizado,
ya que es evidente la primacía de la motivación del personal
sobre la abundancia de medios materiales. Tras unos años en los
que el sistema educativo, con toda justicia, ha puesto el énfasis
en el niño, en esta nueva etapa, dar calidad a nuestro sistema educativo
supone abrir una nueva era en la que se revalorice la figura del profesor
y se centren lo mejor de nuestros esfuerzos en darles oportunidad de desarrollar
un trabajo de calidad. Mucha gente habla de calidad en la educación;
pero ésta, se mire por donde se mire, estará siempre en manos
del agente directo con el que opera el sistema educativo: el profesor.
3. 7. Aumento de las contradicciones en el ejercicio de la docencia.
En los últimos veinte años y, en buena medida por la
ruptura del consenso sobre la educación, han aumentado las contradicciones
del profesor en el ejercicio de la función docente, ya que no se
ha logrado todavía integrar en nuestras escuelas, sin mayores conflictos,
las numerosas exigencias contrapuestas derivadas del difícil equilibrio
que se pretende mantener entre los valores de modelos educativos diferentes.
Tal como hemos visto en la guerra del chador, elija el profesor el modelo
educativo que elija, siempre podrá verse contestado, desde la postura
de quienes defienden otros modelos educativos: si no permite que las niñas
asistan a clase con el chador será acusado por las asociaciones
musulmanas de no respetar la cultura de origen de las alumnas; si opta
por permitirlo, las asociaciones feministas le acusarán de mantener
una educación en la que se consiente la sumisión de la mujer.
Y esto vale tanto en el aspecto valorativo, como en el terreno metodológico.
No son de extrañar, por tanto, las disputas en los claustros, las
críticas entre diferentes grupos de profesores, o la perplejidad
de muchos de ellos al encontrarse atrapados en situaciones educativas con
las que distan mucho de identificarse.
El problema se agudiza, además, cuando el profesor no ha hecho
una elección clara y consciente del tipo de educación que
desea producir, y pretende ejercer su profesión sin definir explícitamente
qué valores le parecen educativos, cuáles va a fomentar y
qué otros, por el contrario, desea inhibir o combatir abiertamente.
Al menos, el profesor que ha perfilado una línea clara de educación,
aunque sea contestado, tiene la salvaguarda de saber lo que busca y lo
que pretende; y, habitualmente, en el esfuerzo de explicitación
y objetivación de sus modelos educativos suele elaborar una armazón
suficientemente coherente, desde sus propias opciones, como para defender
su actuación ante las críticas externas.
Siempre la educación ha exigido la búsqueda de un difícil
equilibrio entre aspiraciones contrapuestas. El profesor se encuentra frecuentemente
con la necesidad de compaginar diversos roles contradictorios, que le exigen
mantener un equilibrio muy inestable en varios terrenos. Así, nos
encontramos con la exigencia social de que el profesor desempeñe
un papel de amigo, de compañero y de ayuda al desarrollo del alumno,
que es incompatible con las funciones selectivas y evaluadoras que también
se le encomiendan El desarrollo de la autonomía de cada alumno puede
ser incompatible con la exigencia de integración social, cuando
ésta implica el predominio de las reglas del grupo, o cuando la
institución escolar funciona al dictado de las exigencias sociales,
políticas o económicas del momento. Se trata de viejas contradicciones,
inscritas quizá en la esencia misma del quehacer docente. Pero,
en el momento actual, el cambio acelerado del contexto social ha acumulado
las contradicciones del sistema de enseñanza, máxime cuando,
como señala Faure (1973), por primera vez en la historia, la sociedad
pide a los educadores que preparen a las nuevas generaciones no para responder
a las necesidades actuales, sino para hacer frente a las exigencias de
una sociedad futura que aún no existe.
3. 8. Cambio en los contenidos curriculares.
El extraordinario avance de las ciencias en los últimos veinte
años y las variaciones en las demandas sociales, exigen un cambio
en profundidad de muchos de los contenidos curriculares. Por poner sólo
un ejemplo, baste con citar la desaparición del francés,
considerado en los años sesenta como la segunda lengua, mayoritaria
en nuestro sistema de enseñanza, y en el momento actual prácticamente
barrido por la demanda del inglés.
La incorporación de nuevas materias, planteadas como auténticas
demandas sociales, tal como es el caso de la informática, han de
suponer cambios o diversificaciones en el contenido del curriculum. Aquí
aparece otra de las razones que, con mayor peso, avalan la oportunidad
de las reformas que se plantean en los sistemas educativos occidentales.
Sin embargo, desde la perspectiva de las actitudes de los profesores
no deben extrañarnos recelos, inseguridades y desconfianzas ante
la modificación de los contenidos curriculares. Algunos se oponen
al cambio por pereza, desde una actitud inmovilista, ya que no están
dispuestos a abandonar viejos temas que han venido explicando desde siempre
y a tener que preparar otros nuevos que ni siquiera se habían desarrollado
cuando ellos concluyeron sus estudios. Otros, observan con recelo los cambios
curriculares, temiendo que detrás del abandono del francés,
del latín y del griego, ya situados como asignaturas decorativas,
se siga una política de abandono de las humanidades, convirtiendo
a nuestro sistema de enseñanza en un sumiso servidor de las demandas
económicas y profesionales del sistema productivo.
El buen funcionamiento del sistema de formación permanente del
profesorado debe garantizar una adecuada comprensión de los objetivos
y de las reformas curriculares que se proponen, evitando, con suficiente
número de cursos de reciclaje, la desinformación y la inseguridad
de los profesores ante los cambios que se proyectan.
3. 9. Desarrollo de fuentes de información alternativas a
la escuela.
En los últimos años, la aparición de potentes
fuentes de información alternativas, desarrolladas básicamente
por los medios de comunicación de masas, y muy particularmente por
la T.V., están forzando y aún forzarán más
al profesor a modificar su papel como transmisor de conocimientos. Cada
día se hace más necesario integrar en clase la presencia
de estos medios de comunicación, aprovechando la enorme fuerza de
penetración de los materiales audiovisuales. El profesor que pretenda
mantenerse en el antiguo papel de única fuente de transmisión
oral de conocimientos tiene la batalla perdida. Además, desde los
conocimientos adquiridos en estas fuentes de información alternativas,
el alumno dispone de otros materiales con los que discutir la información
recibida. El profesor debe reconvertir su trabajo en clase hacia la facilitación
del aprendizaje, la valoración de los contenidos que se aprenden,
y la orientación del trabajo del alumno, esos son los únicos
cometidos en los que siempre será insustutible. Intentar una lección
tradicional sobre un tema del que previamente los alumnos se han informado
a través de la televisión, son ganas de enfrentarse a un
fracaso estrepitoso. La capacidad de motivación de una presentación
de televisión no puede ser igualada por una exposición oral
del profesor. El profesor se enfrenta ahora, y mucho más en el futuro,
a la necesidad de integrar en su trabajo el potencial informativo de estas
nuevas fuentes, modificando su papel tradicional. El desarrollo del CD
interactivo sustituyendo al tradicional libro de texto se desarrollará
en la enseñanza en la próxima década, y supondrá
un profundo cambio en la actuación tradicional del profesor. En
cuanto la disposición de hardware al servicio de los alumnos alcance
el punto crítico, las editoriales o su competencia abrirán
la carrera del video interactivo en pos del fabuloso negocio que ahí
se encierra. Supongo que, de nuevo, nuestro sistema educativo y nuestros
profesores volverán a ser tomados por sorpresa.
3. 10. Escasez de recursos materiales y deficientes condiciones de
trabajo.
La masificación de la enseñanza en los últimos
veinte años, y el aumento de las responsabilidades que exigimos
a nuestros profesores, no han venido acompañados de una mejora efectiva
de los recursos materiales y de las condiciones de trabajo en que se ejerce
la docencia. En el momento actual, la enseñanza de calidad, allí
donde se da, es más el fruto del voluntarismo de los profesores
que la animan, que la consecuencia natural de unas condiciones de trabajo
adecuadas a las dificultades reales y a las múltiples tareas a las
que se supone que el profesor debe atender.
La falta de recursos materiales aparece, en distintos trabajos de investigación,
como uno de los factores que fomentan el desánimo de nuestros profesores.
En efecto, profesores que se enfrentan con ilusión a la renovación
pedagógica de su trabajo en las aulas, se encuentran, frecuentemente,
limitados por la falta del material didáctico necesario y de los
recursos para adquirirlos de una forma fluida. La lentitud burocrática
en cualquier propuesta de gasto, hace que todavía haya profesores
que deban adelantar de su bolsillo el dinero para material escolar imprescindible.
Muchos de estos profesores se quejan explícitamente de la contradicción
que supone el que, por una parte, la sociedad y las instancias rectoras
del sistema educativo exijan y promocionen una renovación metodológica,
y que, al mismo tiempo, no se dote a los profesores de los medios para
llevarla a cabo. Esta situación a medio o largo plazo fomenta la
inhibición del profesor.
En otras ocasiones, la falta de recursos no se refiere al material
didáctico, sino a problemas de espacio y conservación de
los edificios, penuria de mobiliario, falta de locales adecuados,...etc.
De aquí derivan algunas de las actitudes escépticas de los
profesores ante las nuevas reformas. Muchos de ellos están acostumbrados
a no disponer más que de tiza, y a utilizar su tiempo libre para
atender las más variadas actividades suplementarias. Son conscientes
de los nuevos esfuerzos que les van a suponer las reformas proyectadas,
y se preguntan si se consignarán las partidas presupuestarias adecuadas
para hacer realidad el objetivo final de mejorar la calidad de la enseñanza.
Muchos profesores dudan de la capacidad, quizá no de la buena voluntad,
de las respectivas Administraciones educativas para mantener el aumento
presupuestario que es imprescindible para mejorar los recursos de los que
se dispone, y las condiciones de trabajo en la enseñanza. Igualmente,
el aumento de dotaciones presupuestarias debe implicar, como contrapartida
por parte de los profesores, la aceptación de mayores niveles de
control para evitar el despilfarro.
En otras ocasiones, los profesores encuentran auténticas trabas
a los planteamientos renovadores en las condiciones de trabajo en los centros.
Diversas limitaciones institucionales interfieren a menudo en su trabajo
práctico. Tanto Goble y Porter (1980), como Bayer (1980), destacan
la idea de que la actuación práctica del profesor tiene una
fuerte dependencia del marco institucional en el que enseñan, sin
que individualmente sean capaces de modificar esas limitaciones: problemas
de horarios, normas internas, prescripciones marcadas por la institución
o la inspección, la necesidad de reservar tiempo para otras actividades
del centro al margen de su trabajo en el aula, limitan en muchas ocasiones
la posibilidad de una actuación de calidad.
Por último, el gran problema pendiente, en esta nueva situación
de enseñanza general, es la diversificación de las condiciones
de trabajo por la dificultad que entrañan los distintos centros
escolares a partir de su específico contexto social y de los problemas
de sus alumnos. La anunciada Ley de Solidaridad parece una iniciativa interesante;
pero, entre otras cosas, debe tener en cuenta que no se puede trabajar
con una ratio media. Un profesor, tal como se ha hecho siempre en la enseñanza
selectiva, puede dar clase perfectamente con cuarenta alumnos dispuestos
a escucharle y alentados escolar y culturalmente por sus padres; sin embargo,
en determinados contextos escolares conflictivos el descenso de la ratio,
la presencia de profesores de apoyo, el aumento del material disponible,
y el reconocimiento especial de los profesores que trabajan en esos centros
es la única manera de evitar el desánimo de los profesores
y un rendimiento aceptable por parte de los alumnos.
3.11. Cambios en la relación profesor - alumno.
En los últimos veinte años también han cambiado
en nuestro sistema de enseñanza, y bastante profundamente, las relaciones
entre profesores y alumnos. Hace veinte años había una situación
injusta en la que el profesor tenía todos los derechos y el alumno
solo tenía deberes y podía ser sometido a las más
diversas vejaciones. En el presente, observamos otra situación,
igualmente injusta, en la que el alumno puede permitirse con bastante impunidad
diversas agresiones verbales, físicas y psicológicas, a los
profesores o a sus compañeros; sin que en la práctica funcionen
los mecanismos de arbitraje teóricamente existentes. Las relaciones
en los centros de enseñanza han cambiado, haciéndose más
conflictivas, y muchos profesores y claustros no han sabido buscar nuevos
modelos de organización de la convivencia y nuevos modelos de orden,
más justos y con la participación de todos. El anunciado
decreto sobre Derechos y Deberes del Alumnado y las Normas de Convivencia
en el Centro debe suponer la búsqueda de un nuevo modelo de autoridad,
más democrático y con participación de todos los estamentos
implicados, en el que, sin recurrir de nuevo a la exclusión, se
eviten comportamientos inaceptables.
En realidad, el problema de la violencia en los centros escolares es
minoritario, aislado y esporádico. No más que el reflejo,
en las instituciones escolares, del ambiente social del barrio o de las
grandes ciudades, que también se ha hecho más violento. Sin
embargo, psicológicamente, el efecto del problema se multiplica
por cinco, llevando a numerosos profesores que nunca han sido agredidos
y que probablemente no lo sean nunca, hacia un sentimiento de intranquilidad,
de malestar más o menos difuso, que afecta a la seguridad y confianza
de los profesores en sí mismos. En el sistema de enseñanza
selectivo estos problemas se solucionaban de forma radical utilizando la
exclusión. Así, cualquier problema grave de conducta conducía
a la expulsión del centro escolar, temporal o definitivamente. Todavía
muchos profesores añoran el poder de exclusión, porque negarlo
implica comprometerse en una acción educativa en profundidad con
alumnos difíciles; y esto, por las razones expuestas, está
muy por encima de la capacidad y de la formación inicial recibida
por la mayor parte de los profesores, y más aún por los de
secundaria.
Las investigaciones disponibles (Esteve, 1995), nos dicen que las agresiones
a los profesores se dan con mayor frecuencia en la enseñanza secundaria
que en la primaria, en una proporción de 5 a 1; están generalmente
protagonizadas por alumnos varones y con más frecuencia dirigidas
contra profesores varones, en la proporción de 3 a 1. Sociológicamente
se distribuyen de forma desigual según el emplazamiento de las instituciones
escolares, alcanzando al 15% de las escuelas situadas en el extrarradio
de grandes aglomeraciones urbanas, al 6% de las situadas en zonas urbanas
no masificadas, y sólo al 4% de las ubicadas en zonas rurales. Igualmente
hay una diferencia significativa en contra de los centros de enseñanza
grandes o con un número excesivo de alumnos. Al parecer, el carácter
impersonal de las relaciones humanas en estos centros masificados favorece
el aumento cuantitativo y cualitativo de las actuaciones violentas.
Kallen y Colton (1980), en su informe para la Unesco, han relacionado
el aumento de la conflictividad en la enseñanza con el aumento de
la escolaridad obligatoria. La idea que defienden es que la violencia institucional
que se ejerce sobre los alumnos, obligándoles a asistir a un centro
escolar hasta los 16 o los 18 años, acaba exteriorizándose
y canalizándose hacia el profesor, como representante más
cercano de la institución en la que se les obliga a permanecer,
a veces, en contra de su voluntad manifiesta. Desde esta perspectiva, habría
que considerar que el aumento de la escolaridad obligatoria, previsto en
las reformas de la mayor parte de los países europeos, va a suponer
un nuevo esfuerzo a los profesores. Fundamentalmente en las zonas más
desfavorecidas y con mayores tasas de fracaso escolar. En ellas, habrá
que diversificar las opciones ofrecidas a los alumnos, con más personal
y mejores medios, planteando un mapa realista de zonas de educación
compensatoria, para evitar que el aumento de la escolaridad obligatoria
suponga en la práctica, para muchos niños, dos años
más de aparcamiento gratuito en el sistema escolar, convirtiendo
a sus profesores en vigilantes-carceleros de su permanencia formal en la
aulas.
3. 12. Fragmentación del trabajo del profesor.
Por último, en los pasados veinte años, la actividad
del profesor se ha fragmentado, con tal diversificación de funciones,
que muchos profesores hacen mal su trabajo, no porque no sepan hacerlo
mejor, sino porque no pueden cumplir, simultáneamente, las diversas
tareas a las que se supone que deben atender. Además de las clases,
deben empeñarse en labores de administración; reservar tiempo
para programar, evaluar, reciclarse, investigar en el aula, orientar a
los alumnos y atender a las visitas de sus padres; organizar actividades
extraescolares, asistir a claustros, variadas reuniones de coordinación
entre seminarios, ciclos y niveles; quizá vigilar edificios y materiales,
recreos y comedores.
Al menos siete diferentes trabajos de investigación coinciden
en señalar la falta de tiempo para atender a las múltiples
responsabilidades que se han ido acumulando sobre el profesor, como la
causa fundamental de su agotamiento. Klugman (1979) ha sabido expresar
concisamente el problema titulando su trabajo: "Demasiadas piezas: Un estudio
de la fragmentación del profesor en la escuela elemental".
La idea que se repite en todos estos autores es la de que el profesor
está sobrecargado de trabajo, obligándosele a realizar una
actividad fragmentaria, en la que, simultáneamente, debe batirse
en distintos frentes, atendiendo a tal cantidad de elementos diferentes
que resulta imposible dominar los distintos roles que se le pide que asuma.
La fragmentación del trabajo del profesor es uno de los elementos
de los problemas de calidad de nuestro sistema de enseñanza; paradójicamente
en una época dominada por la especialización, como requisito
imprescindible para la calidad del trabajo. No disponemos de profesores
especialistas en diversas materias, notablemente en inglés, física,
matemáticas, educación física, educación musical
y dibujo. Además los problemas burocráticos de cobertura
de las plazas vacantes suponen, con demasiada frecuencia, que en nuestros
centros de enseñanza secundaria, un licenciado en lingüística
acabe enseñando filosofía, o un matemático se acabe
encargando de la química. La mayor parte de las veces a costa de
los profesores más jóvenes e inexpertos, que se inician así
en la enseñanza en condiciones particularmente difíciles.
En el ámbito de las titulaciones, se ha aceptado la diversificación
de las especialidades de las Diplomaturas de Maestros -con la desgraciada
salvedad de la Diplomatura de Educación Social-. Sin embargo, en
la práctica, la mayor parte de los Planes de Estudio diseñados
por las Universidades dan una mayor importancia al modelo de formación
general que a la aceptación de auténticos procesos de formación
de especialistas. Igualmente, desde la Administración, resulta más
fácil buscar a un maestro generalista que sirva de comodín,
antes que diseñar una plantilla enorme y compleja atendiendo a la
diversidad de titulación.
4. DESARROLLO DE UNA ESTRATEGIA DE ACTUACION PARA ENFRENTAR LOS PROBLEMAS EDUCATIVOS DERIVADOS DE LA ACELERACION DEL CAMBIO SOCIAL.
Al diseñar o valorar estrategias con el fin de que nuestro sistema
educativo responda al desconcierto producido por la aceleración
del cambio social, y sea capaz de atajar o reducir los efectos negativos
de los problemas que se han ido enumerando, es preciso distinguir cuatro
planteamientos diferentes.
En primer lugar es preciso hacer un planteamiento preventivo que rectifique
enfoques e incorpore nuevos modelos en el período de formación
inicial, evitando que aumente, con cada nueva generación, el número
de profesores desconcertados. Si, como hemos visto, ha cambiado el rol
del profesor y se han constatado profundas modificaciones en el contexto
social y en las relaciones interpersonales que se establecen en la enseñanza,
debemos replantear el período de formación inicial, buscando
una mayor adecuación a los problemas prácticos presentes
hoy en la realidad de la enseñanza. En este campo el panorama es
desolador. Respecto a las titulaciones de maestro, la inercia, la resistencia
al cambio, el deseo de recolocar a las plantillas de profesores que han
venido trabajando en nuestras Escuelas Normales desde que éstas
eran centros de secundaria, y el abstencionismo de la Administración,
que se inhibe en favor de la autonomía universitaria, ha conducido
a una situación en la que cualquier intento de defender una formación
de maestros basada en el modelo de nuevos especialistas y no en el modelo
de formación general provoca en los profesores universitarios auténticas
reacciones de agresividad. Jamás será posible una reforma
en profundidad de unos planes de estudio si han de hacerla los mismos profesores
sobre los que se va a aplicar, porque ellos mismos tenderán a su
perpetuación o percibirán como una agresión personal
cualquier cambio que les afecte.
Las mismas dificultades se plantean en el ámbito de la formación
inicial de los profesores de secundaria. Las Facultades de Ciencias y de
Letras difícilmente van a aceptar la creación de unas titulaciones
de Profesor de Secundaria en Historia, Química, Matemáticas,
etc., que, impartiéndose en sus mismas Facultades, incluya algunos
créditos de formación psicopedagógica y prepare a
sus estudiantes para ser profesor de Historia y no historiador. La presencia
de estas titulaciones afectaría de tal forma el status quo que las
Universidades volverían a reproducir los mismos planes de estudios,
basados en el modelo del investigador especialista, reduciendo a los mínimos
legales la presencia de los Departamentos de Didácticas Especiales,
Pedagogía o Psicología. A medio plazo, la fuerza de la razón
acabará imponiéndose; pero, salvo una actuación decidida
de la Administración, aún miles de profesores de secundaria
habrán de enfrentar la frustración de que se les haya exigido
estudiar Paleografía, Epigrafía, Numismática, Latín
y Arabe en su formación como medievalista para acabar pensando que
se les ha degradado al enviarlos a enseñar Historia General a un
grupo de niños de catorce años, a los que no tienen el menor
interés en enseñar y que no tienen el menor interés
en aprender.
Aquí está la clave de la futura calidad de la educación.
Si los profesionales que ejercen una función no están específicamente
preparados para afrontar los problemas que deben resolver, jamás
podrá esperarse una actuación profesional de calidad. Este
es el elemento central. El aumento de dotaciones, la mejora de material
o de instalaciones son accesorias. Una enseñanza de calidad sólo
la hará un profesor de calidad, aunque sea en un sótano con
humedades. Un individuo desmotivado y perdido, con los máximos títulos
universitarios, vagará sin alma por centros escolares dotados de
polideportivos fastuosos y de ordenadores personales, sin conseguir con
ello dar mayor calidad a su trabajo.
En segundo lugar, conviene articular estructuras de ayuda para el profesorado
en ejercicio, para este profesorado que aún no ha logrado una vía
de actuación práctica lo suficientemente coherente como para
evitar fluctuaciones y contradicciones en su estilo docente; para esos
profesores que, reconociendo su falta de recursos para dominar las situaciones
de enseñanza, están utilizando la inhibición y la
rutina como medios para atenuar su implicación personal ante problemas
que se les escapan; para esos profesores, por último, que viven
su trabajo cotidiano dominados por la ansiedad. También los profesores
en ejercicio deben asimilar las profundas transformaciones que se han producido
en la enseñanza, en el aula y en el contexto social que la rodea,
adaptando consecuentemente sus estilos docentes y el papel que van a desempeñar.
En tercer lugar hay que plantearse una actuación decidida, con
una línea política muy clara, para mejorar la imagen social
de los profesores y de la enseñanza; destacando los importantes
logros y los éxitos incontestables conseguidos en los últimos
años, evitando que predomine en la consideración social una
imagen negativa que sólo contempla las deficiencias y los problemas
pendientes de nuestro sistema educativo.
En cuarto lugar, la actuación de la administración puede
mejorar una serie de elementos referidos a las condiciones de trabajo de
los profesores elevando la calidad de su actuación profesional,
su rendimiento y su satisfacción en el trabajo.
4.1. Actuaciones respecto de la formación inicial de los profesores.
En el proceso de formación inicial se dibujan dos grandes líneas
de actuación:
1- La primera línea de actuación es la sustitución
de los enfoques idealizados por enfoques descriptivos en la formación
inicial del profesorado. Genéricamente, llamo enfoques idealizados
a los programas de formación de profesorado orientados por un modelo
de profesor eficaz, ideal o bueno. Sobre la base de este modelo, convertido
en norma, se definen las actividades y enfoques de la formación
del profesorado, transmitiendo al futuro profesor lo que debe hacer, lo
que debe pensar y lo que debe evitar para adecuar su actuación educativa
al modelo propuesto. Estos enfoques de la formación inicial son,
en sí mismos, ansiógenos, ya que implican una constante comparación
con el modelo de profesor ideal, basándose en el supuesto de que
el profesor es el único responsable de la eficacia docente, al establecer
una relación directa entre la personalidad del profesor y el éxito
en la docencia (Martínez Abascal, 1991).
2- La segunda línea de actuación propuesta es la adecuación
de los contenidos de la formación inicial a la realidad práctica
de la enseñanza. Para ello se propone partir de los estudios realizados
sobre los problemas que más afectan a los profesores debutantes,
cuando tras abandonar las instituciones de formación inicial, se
enfrentan a los problemas reales de la enseñanza. Diversos trabajos
de investigación, entre los que destacan los de Honeyford (1982),
Vonk (1983), Veenman (1984) y Vera (1988b), coinciden en destacar la falta
de preparación de los futuros profesores en el plano relacional
y organizativo, constatando un predominio en su formación inicial
de los contenidos cognoscitivos. Nuestros futuros profesores están
bien preparados en el dominio de los contenidos de enseñanza, pero
nadie les ha advertido que el profesor juega un papel esencial en una dinámica
de la clase, que tampoco saben cómo interpretar, ni mucho menos
organizar. Dominan los contenidos a transmitir, pero no tienen una gran
idea de cómo organizarlos para hacerlos asequibles a los alumnos
de diferentes niveles educativos.
La formación práctica incluida en el período de
formación inicial debería permitir al futuro profesor:
1- Identificarse a sí mismo como profesor y a los estilos de
enseñanza que él mismo es capaz de utilizar, estudiando el
clima de clase y las relaciones que dichos estilos producen en los alumnos.
2- Hacerle capaz de solventar los problemas derivados de la organización
del trabajo en clase, estableciendo un orden productivo. Los trabajos previamente
citados sobre los problemas de los profesores debutantes, coinciden en
señalar los problemas de disciplina y de organización de
la clase como los más acuciantes entre los que se encuentran en
el primer año de ejercicio profesional.
3- Hacerle capaz de resolver los problemas derivados de las actividades
de enseñanza y aprendizaje, profundizando en los problemas prácticos
que plantea la psicología del aprendizaje y la didáctica,
y que se concretan en las dificultades que manifiestan los profesores debutantes
para hacer asequibles a cada uno de sus alumnos los contenidos de enseñanza
que domina.
Respecto a las técnicas de formación que se han venido
ensayando en los últimos años, el Aprendizaje de Destrezas
Sociales en Situaciones Simuladas, la Formación de Profesores por
Competencias, y la Inoculación de Estrés, entre otros, cuentan
ya con desarrollos específicos y un éxito innegable en su
aplicación a la formación inicial del profesorado (Esteve,
1997; Marcelo, 1995).
4.2. Actuaciones en el marco de la formación permanente.
El proceso de formación permanente es esencial para afrontar
los problemas de adaptación de los profesores en ejercicio a las
nuevas situaciones planteadas por los cambios sociales descritos.
Una vez que el profesor debutante supera el inicial "choque con la
realidad", aunque sea con el método costoso y perjudicial del aprendizaje
por ensayo y error, las tensiones más acuciantes se reducen conforme
el profesor se siente a sí mismo aceptado por los alumnos, los padres
y los colegas. Comienza entonces la posibilidad de dar calidad a su trabajo
profesional en la enseñanza, planteándose el profesor el
ensayo de innovaciones que le permitan una mejor realización del
papel que desempeña en la institución escolar.
La comunicación entre profesores aparece, al mismo tiempo, como
el camino y el obstáculo en el proceso que conduce a una enseñanza
de calidad. La comunicación es el vehículo de mejora de la
actuación del profesor: compartiendo sus problemas para no acumularlos,
analizando en grupo las tendencias más influyentes del cambio social,
expresando sus dificultades y limitaciones para intercambiar experiencias,
ideas y consejos con sus colegas y con los demás agentes de la comunidad
escolar. La innovación educativa va siempre unida a la presencia
de equipos de trabajo (Seminarios, M.R.P., etc.), a profesores que ponen
en común con otros colegas sus éxitos y dificultades, adaptando
y mejorando continuamente, en esta comunicación, métodos,
objetivos y contenidos. Los enfoques de la investigación-acción
se han demostrado más efectivos que los cursos a los que se asiste
como oyente y que apenas modifican la actuación práctica
del profesor en su clase. Tiene una mayor fuerza para modificar la práctica
de la enseñanza el tomar contacto con otros profesores que ya están
innovando, y comprobar por uno mismo que la renovación pedagógica
existe y que produce materiales de enseñanza y nuevas relaciones
entre profesores y alumnos.
En este campo, se impone profundizar en la política de control
y optimización de los recursos con los que se dota a los Centros
de Profesores. Durante mucho tiempo, la inversión en formación
de profesores se ha encauzado hacia cursos de dudosa efectividad para mejorar
la práctica docente; materiales valiosos, producto del esfuerzo
de interesantes equipos de profesores han quedado sin salida en memorias
que nadie leía ni difundía; y grupos específicos de
profesores han acaparado los cursos de formación repitiendo temáticas
de escaso interés.
4.3. Actuaciones referidas a la imagen social de los profesores y
de la enseñanza.
Ciertamente, se pueden conseguir avances importantes mediante los planteamientos
de formación de profesorado que se han ido señalando. Sin
embargo, no se pondrá fin al desconcierto y al malestar del profesorado
mientras nuestra sociedad no aumente el apoyo y el pobre reconocimiento
de su trabajo que, en todos los aspectos, estamos dando a nuestros profesores.
Las claves de la crisis de identidad que afecta a nuestros profesores están
en la desvalorización del trabajo del profesor, evidente en nuestro
contexto social, y en las pobres condiciones de trabajo del profesor en
el aula, que les obliga a una actuación mediocre de la que, luego,
paradójicamente, se les hace responsables.
Devolver la ilusión a nuestros profesores aparece como un objetivo
prioritario de la nueva etapa educativa que ahora se abre. La propuesta
de abrir una era de los profesores es prioritaria para aumentar la calidad
de nuestros actuales sistemas educativos.
Si nos fijamos en lo que falta por conseguir y no en lo que se está
consiguiendo corremos el riesgo de perder la perspectiva, considerando
a nuestro sistema educativo como un enorme fracaso colectivo, justo en
el momento en el que está logrando sus mejores éxitos. Esta
valoración social negativa del trabajo de los profesores, frecuentemente
recogida en los medios de comunicación de masas, puede hacer retroceder
el nivel educativo de las sociedades más desarrolladas, planteando
una nueva crisis, sin precedentes en la historia de la educación,
y de la que ya se están recogiendo las primeras cifras (problemas
de inhibición, aumento de las bajas, desmoralización colectiva,
etc.)
Es evidente que aún quedan muchas cosas por mejorar en nuestro
sistema de enseñanza, pero nadie nos asegura que la tendencia de
progreso indefinido vaya a continuar sin esfuerzo. La posibilidad de empeorar
debe empezar a considerarse como una opción posible frente a la
que hay que comenzar a desarrollar estrategias de prevención.
LE MONDE DE L'EDUCATION, en su suplemento semanal de Educación
de enero de 1988; el informativo ATEE News de marzo de 1991; EL PAIS de
fecha 8 de septiembre de 1989, y otros medios de comunicación, han
informado con cifras y datos de los problemas de Suecia, Francia, Alemania
y Gran Bretaña para reclutar nuevos profesores. La idea que aparece
en todos estos informes es la de que la profesión docente, cargada
de una imagen social negativa, ha dejado de ser atractiva como elección
profesional para las nuevas generaciones. De hecho, en los estudios realizados
sobre la elección de la carrera de Magisterio se registran unos
porcentajes muy significativos de alumnos que se dedican a la enseñanza
como la última opción posible, a la que se acogen por la
imposibilidad de estudiar las carreras que habían elegido en primer
lugar, debido a sus bajas calificaciones.
En este contexto hay que entender las campañas de revalorización
de la imagen del profesor emprendida en ámbitos oficiales por las
autoridades educativas de Gran Bretaña y Francia. Enfrentando este
problema, la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía
emitió en 1992 un interesante spot publicitario, bajo el lema: "Enseñar,
qué gran tarea". En él, con una combinación muy estudiada
de recursos visuales y sonoros se buscaba la revalorización social
de la labor de los profesores, pidiendo el apoyo de los padres y de la
sociedad en su conjunto. Las valoraciones realizadas sobre el impacto de
esta campaña, tanto en la sociedad como en la moral de los colectivos
de profesores (Loscertales, 1998), aconseja vivamente continuar en esta
línea, adoptando sus argumentos y la búsqueda de la revalorización
social de la enseñanza como una línea prioritaria.
En estas campañas de revalorización de la imagen social
del profesor y de la enseñanza, se pretende cortar el efecto de
retroalimentación producido por la amplia difusión de un
estereotipo que nos presenta una imagen negativa de la enseñanza,
en la que sólo se destacan los elementos negativos y las carencias
del sistema, y que, de hecho, actúa poderosamente sobre la realidad
de la enseñanza, al menos en tres aspectos:
1- Las imágenes difundidas por los medios de comunicación
forman y modifican las expectativas con que la opinión pública
tiende a enfocar sus relaciones con las personas que se dedican a la enseñanza.
En el caso concreto del profesor, muchos padres parten del presupuesto
de la desconfianza respecto a la enseñanza y al trabajo de los profesores.
2- El desarrollo de estereotipos negativos influye sobre la calidad
y la cantidad de individuos que pueden considerar la opción de elegir
la profesión docente. En este sentido interpretamos los problemas
de reclutamiento de nuevos profesores que se están produciendo en
los países más desarrollados. Si no se contrarresta la difusión
generalizada de imágenes y estereotipos negativos de la enseñanza,
el reclutamiento de nuevos profesores va a empeorar en calidad y cantidad,
de tal forma que se hará difícil reclutar a jóvenes
inteligentes y valiosos, que pueden tomar otras opciones.
3- La difusión estereotipos negativos sobre la enseñanza
influye, poderosamente, sobre el autoconcepto de los profesionales en ejercicio.
La extensión de imágenes negativas conduce paulatinamente
a una desvalorización de su trabajo y de su elección profesional,
que acaba influyendo negativamente sobre el propio autoconcepto. Al tratarse
de una imagen social de carácter global, los profesores saben que
su esfuerzo personal no va a mejorarla apreciablemente; y que, hagan lo
que hagan, van a seguir siendo valorados de forma negativa. Como ha demostrado
Martínez Abascal (1992), se desarrollan entonces esquemas de indefensión
y se extienden las actitudes de inhibición, que en este momento
alcanzarían a más del 29% de los profesores, tal como ha
quedado patente en nuestras propias investigaciones (Esteve, 1994). La
revalorización de la imagen social de los profesores tiene un efecto
sobre su satisfacción en el trabajo más importante que la
misma revalorización salarial.
Hay que comenzar a decirle a nuestra sociedad que debemos reconsiderar
los juicios que estamos haciendo sobre el trabajo de nuestros profesores
y sobre el sistema de enseñanza en su conjunto. No podemos seguir
aceptando el supuesto de que nuestro sistema de enseñanza va a mejorar,
desde los niveles que actualmente ha alcanzado, sobre la base de una crítica
generalizada que, poniendo a los profesores bajo sospecha, no hace sino
fomentar su desmoralización.
Frente a una sociedad que critica de forma global el sistema educativo
y el trabajo de los profesores, debemos comenzar a decirle en voz alta
que son ellos los que nos mantienen en el ámbito de la civilización
y la democracia. Desde las zonas rurales más apartadas a los barrios
más conflictivos, son nuestros profesores el entramado más
sólido y extendido para la cohesión y la regeneración
de nuestro tejido social. Debemos exigir a nuestra sociedad que les apoye
antes de que la posibilidad de que nuestro sistema educativo empiece a
retroceder se configure como un hecho inevitable.
5. QUINCE MEDIDAS CONCRETAS PARA ENFRENTAR LOS PROBLEMAS DEL SISTEMA EDUCATIVO EN LA SITUACION ACTUAL.
Como concreción de las grandes líneas de actuación
justificadas en el informe precedente y respondiendo a los problemas enumerados,
se proponen quince medidas concretas agrupadas en cuatro epígrafes:
Condiciones de trabajo. Imagen Social. Formación Permanente y Formación
Inicial.
Condiciones de trabajo
1- Profundización en la política de establecimiento de
zonas, barrios y centros de educación compensatoria. Hay que definir
todos los centros en los que resulta particularmente difícil enseñar,
para dar un apoyo extraordinario, de todo tipo, al profesorado que trabaja
en ellos (personal, material, salarial, etc). La aparición y desarrollo
de Planes de Apoyo a Centros de Actuación Educativa Preferente debe
considerarse una prioridad reclamada por la realidad.
2- Negociación con los sindicatos sobre el tema de salud laboral,
garantizando el apoyo a todos los profesores cuya salud se está
degradando en la enseñanza (sobre todo en afecciones otorrinolaringológicas
y psiquiátricas). Como contrapartida es imperativo negociar algún
sistema de control que evite que el absentismo incontrolado desprestigie
las medidas que se adopten, haciendo económicamente intolerable
un sistema de sustitución de bajas. En este tema es imprescindible
dejar claro que una cosa es la salvaguarda y la mejora de las conquistas
sociales del profesorado, y otra, contradictoria con ella, el encubrimiento
del grupo específico de profesores que está recurriendo reiteradamente
al absentismo, desprestigiando el sistema asistencial e impidiendo una
mejor ayuda a los compañeros que realmente la necesitan.
3- Continuar la política de descentralización de las
decisiones, fomentando que la solución de los problemas educativos
en un amplio territorio, con miles de alumnos, se acerque cada vez más
a las autoridades regionales y locales, implicando a los equipos directivos
y a la misma comunidad educativa.
4- Valoración administrativa e incentivos económicos
reconociendo la especial dedicación en el trabajo docente de aquellos
profesores que son los auténticos animadores de la vida de un centro.
La política de "premiar" a estas personas con un puesto en un CEP,
como asesor, o en la Delegación, ha minado la dinámica de
muchos centros de enseñanza conduciéndolos a la desmovilización
y la inercia.
5- Establecer en cada centro un fondo económico a justificar,
para actividades y material que haya de ser distribuido de forma pública
y objetiva entre los profesores, seminarios, áreas de materias,
etc. Esto permitirá a los profesores una cierta capacidad de gasto
para financiar la vida del centro, evitando el efecto psicológico
de inhibición y de indefensión cuando se piensa que "no se
puede hacer nada porque todo depende de la Administración". Con
estos fondos se evitaría la situación actual de los cientos
de profesores que para renovar la enseñanza dependen de un dinero
extra de la APA o acaban pagando de su bolsillo el pequeño material.
Dentro del apartado de las dotaciones de material a los centros habría
que considerar específicamente las dotaciones de material informático
y de audiovisuales, centradas en el uso cotidiano del vídeo en el
aula y en la presencia de videotecas con temas escolares y científicos.
6- Consideración especial del primer año de trabajo práctico
en la enseñanza, evitando que recaigan sobre los profesores novatos,
con menos experiencia, los peores cursos, los peores alumnos, los peores
destinos y los peores horarios. Se pueden arbitrar diversas medidas prácticas
que permitan al debutante una adaptación razonable a la práctica
de la enseñanza, evitando la interiorización de un fracaso
profesional, que muchas veces deriva de un primer contacto con la enseñanza
en las peores condiciones imaginables.
7- Apoyo razonable y razonado de la Administración educativa
a los profesores, equipos directivos y claustros en las situaciones conflictivas,
sobre todo en las derivadas de situaciones de violencia en las aulas.
Imagen social de los profesores y de la enseñanza.
8- Recuperar y extender las campañas de revalorización
social de la enseñanza y de la imagen social de los profesores,
fomentando el apoyo social al trabajo de los profesores, tal como ya se
hizo con la campaña de la Consejería de Educación
de la Junta de Andalucía bajo el lema: "Educar, ¡qué
gran tarea!”, cuyos efectos han sido valorados de forma extraordinariamente
positiva.
9- Igualmente, elaborar campañas en los medios de comunicación
de apoyo y revalorización de la formación profesional, como
parte imprescindible del sistema de enseñanza y como alternativa
válida de empleo.
Formación permanente del profesorado.
10- Cursos y seminarios de reflexión sobre los objetivos y valores
educativos en una sociedad democrática y pluralista. El objetivo
es permitir a los profesores reflexionar sobre el sentido de su trabajo
en una sociedad inmersa en la aceleración del cambio social, evitando
tanto la actitud del "todo vale", como la de "nada vale la pena". Ambas
son el soporte ideológico de las actitudes de inhibición
de los profesores, cifradas por la investigación en un 29%.
11- Cursos y seminarios sobre los problemas educativos derivados de
la diversidad propia de la actual sociedad multicultural y multilingüe,
con el fin de aceptar sin ansiedad las diferencias en el alumnado, reafirmando
la tolerancia y el respeto a las minorías.
12- Apoyo de la Administración a los Seminarios Permanentes,
Grupos de Trabajo y Movimientos de Renovación Pedagógica
como motores del cambio educativo, elementos dinamizadores de la renovación
pedagógica y lugar de encuentro para la comunicación entre
profesores. El trabajo de los CEPs debería centrarse más
en el apoyo a estos grupos de trabajo, colectivos y permanentes, que en
el fomento de cursillos presenciales, a los que se asiste durante un determinado
número de horas para luego reintegrarse en la misma práctica
educativa. Toda actividad formativa desarrollada en los CEPs debía
ser evaluada, utilizando luego la evaluación de los cursos y de
los ponentes para evitar la repetición de actividades sin valor.
13- Formación específica sobre la función directiva
para los equipos de dirección de los centros de enseñanza.
En la misma línea sería importante incentivar económicamente
los puestos directivos atendiendo a las dimensiones de los centros, número
de profesores y alumnos, zonas de compensatoria, etc. La existencia de
equipos de dirección más profesionales y permanentes parece
una necesidad para dar mayor calidad a nuestro sistema educativo, permanentemente
en manos de aprendices que no pueden ofrecer continuidad a la vida de los
centros. Lo mismo puede decirse de las funciones de supervisión:
un sistema sin control y sin supervisión siempre tendrá problemas
de calidad.
14- Fomentar la interrelación entre la Universidad, como centro
de investigación, y los CEPs, con alguna presencia en la formación
continua de un cupo de cursos sobre nuevos contenidos que incorporen, en
las distintas materias, los resultados de investigaciones recientes y el
estudio de nuevos temas. Muchos CEPs han reducido su programación
a la presencia permanente de un cupo restringido de colegas, dispuestos
a repetir hasta la saciedad lo que hace años innovaron en las aulas.
En este punto también habría que fomentar la programación
de cursos a impartir por profesores de E.G.B. y de secundaria, de otras
provincias y de otras Comunidades, con aportaciones relevantes en la innovación
del trabajo de aula. De forma práctica, el desarrollo de este punto
exigiría la creación de una base de datos en la que se registrara
a los expertos de que disponemos en cada Comunidad Autónoma en cada
una de las materias de enseñanza, y los equipos de profesores que,
desde el preescolar a la Universidad, están produciendo materiales
y publicaciones interesantes, e incluso aquellos centros en los que la
enseñanza de un área o una materia específica resulta
ejemplar.
FORMACION INICIAL.
15- La formación inicial resulta más difícil de
abordar, por depender de la autonomía de las Universidades para
la elaboración de sus planes de estudio. Sin embargo, en ella residen
muchas de las claves de los actuales problemas de desmoralización,
de imagen social y de identidad profesional de nuestros profesores (Esteve,
1997).
Como políticas a medio o largo plazo habría que considerar
el establecer la formación inicial de los profesores de E.G.B. en
el marco de una Licenciatura universitaria, tanto por razones de prestigio
social como por la necesidad de responder a unas demandas de formación
cada vez más amplias y complejas a las que no es posible responder
desde una Diplomatura.
Igualmente, los profesores de enseñanza secundaria deberían
tener una formación específica para la carrera docente, evitando
la actual situación en la que durante cinco años se le fomenta
una identidad profesional como historiador o como físico, y luego
se pretende, en un curso de CAP, reorientar en pocos meses el sentido de
una formación de cinco años. Los modelos sucesivos han demostrado
su fracaso, y la salida parece apuntarse en el sentido de establecer la
formación de profesores de forma simultánea a su formación
científica. Sin embargo, a corto plazo, no puede pensarse más
que en la puesta en marcha del curso de especialización del profesorado
de secundaria, previsto en la ley, utilizando determinados créditos
de libre configuración para ir perfilando una identidad profesional
como docente al mismo tiempo que se cursa la licenciatura específica.
Sí es importante, al menos, plantear desde el principio una fuerte
exigencia y una coordinación entre las Universidades, poniendo fin
de una vez por todas al desprestigio de los CAPs.