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El
tema es la risa, una acción que muchas veces nos tienta, nos
tumba o nos mata, una acción con la que también matamos y
revivimos. Reímos cuando queremos desatender o infringir algo,
también reímos para afirmar, celebrar y agradecer.
La región donde estalla la risa siempre descubre un
límite, sea su objeto mezquino o noble, la risa se expande
a través de fisuras, intersticios, alteraciones de lo esperado o
supuesto. La risa penetra irónicamente la esencia de las cosas en
tanto reveladora de esa otra posibilidad no permitida, resguardada, absurda
o ridícula.
Siempre
está ligada a la verdad de alguna manera, por ejemplo
como contrapartida de lo que se llama adecuación, haciendo
de espejo invertido, distorsionante, paradójico, conformándose
como una disonante armonía. La risa estalla en el cuerpo,
lo pone en movimiento, a veces desarmándolo o haciéndolo
reventar, siempre compromete la sensualidad. Claro que también hay
un sentido de inactividad asociado a la risa, como cuando se dice de algo:
que está ahí, “muerto de risa” o “muriéndose
de risa”, para expresar que está en reposo, inactivo, sin
embargo, podría decirse que su mayor actividad es la risa, que ríe
de nuestro abandono u olvido, que ríe en silencio para que no lo
descubramos y pueda seguir riendo, porque la risa se quiere y se contagia
a sí misma.
Los tres autores que inspiran
este trabajo rescatan de la risa su fuerza transgresora, su poder
refutador de la experiencia ordinaria, su vocación liberadora y
su disposición afirmante más allá del bien y del mal.
Nietzsche subraya el carácter liberador y redentor de la risa,
George Bataille la piensa como una de las conductas soberanas
del hombre, que junto al éxtasis y la efusión poética,
entre otras, definen una existencia humana auténtica, en un
sentido de autenticidad que parece solidario al que Zaratustra proclama
en el hombre superior. Ambas perspectivas convergen a su vez
en la literatura de Milan Kundera, quien por su parte distingue la risa
de los angeles y la risa del diablo, y entiende que la risa originariamente
pertenece al ámbito de lo malvado, al diablo, pues la risa
nace del caos, del desorden y la subversión.
La risa como virtud
de hombres superiores
Esta corona del que
ríe, esta corona de rosas ¡a vosotros, hermanos míos,
os arrojo esta corona! Yo he santificado el reír; vosotros hombres
superiores, aprended - ¡a reír!
Así habló
Zaratustra
Nietzsche trabaja en la figura
de Zaratustra al evangelista que clama por lo más próximo
y fatalmente refutado en la tradición cultural platónico-cristiana
dominante, me refiero al cuerpo, en última instancia, la tierra.
En la búsqueda de trasmundos algunos hombres niegan el sentido de
la tierra y este rechazo a lo más inmediato quiere llamarse virtud.
Los fariseos contra los que Zaratustra predica son los detractores de la
tierra, la especie del superhombre no puede fortalecerse entre ellos.
Platón había anatematizado en su República la risa
olímpica, pues la consideraba cercana a la desmesura
y el descontrol, a la hybris, así como un pésimo ejemplo
para la formación de las jóvenes generaciones de ciudadanos
atenienses, de ahí su encarnizada dialéctica contra este
impulso del alma apetitiva. Si no se sabe, debe aprenderse a reír,
la risa es una virtud que puede aprehenderse, vocifera Zaratustra. Probablemente
Platón se hubiera reído de Zaratustra y quizá lo hubiera
considerado como un mercader de virtudes, así como pensaba que
los sofistas lo eran del saber. En un mítico encuentro, seguramente
ambos, Nietzsche y Platón estallarían de risa al verse retratados
en el inconcebible espejo del otro.
Risa vs. Seriedad o
la sabiduría de un pathos eufórico
¡Olvidad, pues,
el poner cara de atribulados y toda tristeza plebeya!
Así habló
Zaratustra
“Pólemos es
el padre de todas las cosas y el rey de todas...”, reza el fragmento
53 del filósofo del devenir. En una sentencia rica de sentidos,
Zaratustra afirma que “la buena guerra es la que santifica toda causa”.
Así como la posibilidad misma del arte nace del enfrentamiento de
Apolo y Dionisos, el destino de los hombres del futuro, de los verdaderos
hijos de Zaratustra depende de la conflictiva e inestable resolución
de la guerra entre risa y seriedad. Los contrarios de alegría y
risa -tristeza y seriedad- son para Zaratustra síntomas de decadencia
que conforman la variada especie de los últimos hombres,
cuyo rasgo distintivo reposa en última instancia, en un profundo
y crónico desencanto del mundo. Zaratustra les reprocha que
no encuentren a su alrededor ningún motivo de risa. A su modo, también
Sócrates se reía de estos hombres a los que llamaba
misántropos, los tenía por ignorantes de los asuntos humanos,
pues aborrecían el mundo porque habían encontrado con
frecuencia hombres malvados. ¿Acaso la ironía socrática
no trazuma una risa maliciosa y devastadora dispuesta a demoler toda presunta
certeza? Estos misántropos son quizá la antigua versión
griega de los que en la caracterización de Nietzsche defienden
las tablas de los eternos descontentos, los cansados del mundo, los
perezosos, el conjunto de los que invitan a rechazar el reino de
la tierra.
“Romper las viejas tablas”
con la risa
Zaratustra afirma
que no se mata con la cólera sino con la risa , anunciando al mismo
tiempo que ha llegado la hora de romper las ‘viejas tablas’, las
escritas por toda especie de predicadores de la muerte; para ello
la risa es un arma saludable y posible.
¿De qué
ríe Zaratustra?
Ante todo de sí mismo
porque Zaratustra es la figura del gran despreciador, aquel que está
dispuesto a transvalorar todo valor, a reírse
de sus propias máscaras; la risa de Zaratustra es universal como
la duda cartesiana, pero lejos de conducir a lo constante y permanente,
la risa lleva a lo desconocido. Zaratustra ríe de la conciencia
de los concienzudos y de los doctos, aquellos ante quienes “todo
pájaro yace desplumado”, el ‘ansia de seguridad’ que late
en todas las empresas de estos últimos hombres desespera al genio
errante de Zaratustra. El espíritu de los hombres superiores aborrece
de todo lo seguro y tranquilizador y expulsa como fantasma de la
mala conciencia eso que el docto llama ‘seguridad’. El ‘querer seguridad’
o la fuerza de una voluntad asegurante, conduce a la posición
del fundamento, es decir, a un ámbito donde la violencia dirige
al pensar1 . Muy por el contrario, la falta absoluta de estabilidad en
la vida humana ‘libera los encantos de la risa’ . Zaratustra se ríe
además de los piadosos y compasivos, para él la compasión
provoca autoestrangulamiento. El Dios cristiano, el más compasivo
de todos, murió por su propia compasión, su amor a
los hombres lo mató.
La risa en la estética
del mal ¡Ríe aquí, ríe, luminosa y saludable
maldad mía!
Así habló
Zaratustra
Con la risa se muere y se
mata, el profeta del ocaso desearía para sí una muerte de
risa, como la que tuvieron los antiguos dioses al escuchar la postulación
de un único Dios. Que la divinidad se reduzca a un único
Dios, esa expresión de un ateísmo supremo es mortalmente
risible. La risa supone una afirmación del mal, pero “santificado
y absuelto en su propia bienaventuranza”. En consonancia con la óptica
nietzscheana, Milan Kundera piensa a la risa como alteración
del orden que en cada caso se crea bueno, la risa aniquila y transforma
la pesadez de todo objeto. Aristóteles enseña que en la
tragedia griega la acción catártica actúa a través
del terror y la compasión, la catarsis de la risa que celebra
Zaratustra, en cambio, salva a través de un movimiento placentero.
Placer y dolor son presentados por Nietzsche como máscaras
de la voluntad; frente al dolor la voluntad quiere que el tiempo pase y
no se detenga y frente al placer la voluntad siempre quiere más,
quiere eternidad.
La risa une como el Dios
Eros
Nietzsche piensa que en
el horror y la alegría esenciales los hombres recuperan la fraternidad.
Por su parte, Bataille rescata de la risa el ser lazo de unidad social
al mismo tiempo que reverso irónico de los fundamentos de
una comunidad. “Los que se ríen se transforman en conjunto como
las olas del mar”, por su capacidad de generar comun-unidad, la risa está
junto a la fiesta y el juego, los que a su vez pertenecen a la esfera del
arte, es decir que la risa formaría un vínculo esencial con
esa dimensión de la existencia humana que es portadora originaria
de verdad.
Risa y redención
Todas las cosas buenas
ríen
Así habló
Zaratustra
Cuando la risa celebra porque
es júbilo y agradecimiento libera a la voluntad en una incesante
autoafirmación que es, al mismo tiempo, su interior necesidad: querer,
querer siempre más. La experiencia de la risa auténtica reclama
ante todo libertad, la virtud de no temerle al extremo de lo posible, dicho
parafraseando a Bataille. Zaratustra ama a quienes no quieren preservarse
a sí mismos, a los que declinan. Reírse de sí es una
forma de no preservarse, de liberarse, hay pérdida del sí
mismo en la risa de sí . Esta sería una forma buena
de la compasión, según Nietzsche, saber perderse a uno mismo.
La risa como reverso
del saber
Zaratustra el que
dice verdad, Zaratustra el que ríe verdad
Así habló
Zaratustra
Frente a la satisfacción
que brinda el pensar especulativo y en oposición a la
identidad saber-verdad de corte hegeliano, Bataille es uno de los
tantos pensadores que trabajan la verdad y la satisfacción
en el no saber, abonando de este modo el camino de la
deconstrucción filosófica. En su perspectiva el no-saber
se reivindica como momento de éxtasis y la verdad se
identifica con el no saber. Zaratustra impulsa la reivindicación
de lo que no puede ser reducido al saber. La risa es, si se quiere, más
pudorosa que el saber, ella puede mantener oculto lo que debe estar oculto.
La risa como voluntad
de nada. Risa y soberanía o la reivindicación de la insatisfacción.
Bataille concibe la soberanía
auténtica sólo como rebelión, no en el ejercicio del
poder, “la auténtica soberanía rechaza”, también en
la obra de Kundera habita este sentido de soberanía. La risa
tiene que ver con la soberanía en tanto rechaza lo dado,
destruye o suspende momentáneamente el sentido para rehabilitarlo
luego enriquecido. En la risa de los servidores del bien -ángeles-
Kundera retrata la complacencia ante el orden social impuesto y pone
en la risa del diablo la subversión de ese orden. Si la risa diabólica
se origina en el desorden, las fracturas o intersticios de las redes del
sentido, entonces la risa de los ángeles equivaldría
al gesto del último hombre que ‘parpadea’ en una actitud de afirmación
indolente.
Lo inagotable de la risa
Hay risas que no tienen
otro objeto que ellas mismas, risas que se generan a partir del derroche
y contagio de sí mismas, en esto reside su carácter de gratuidad.
La risa se multiplica, crece como un niño, excede los temas cómicos.
La risa de la risa evocaría un camino semejante al que
transita el eros platónico en su búsqueda de la belleza en
sí, primero la risa ante lo particularmente risible, luego la risa
bajo la que caerían todas las cosas y finalmente la risa que
se consagra a sí misma. Si la risa es un momento soberano, entonces
también instaura un modo de aprehender la verdad; como en
la obra de arte, de la risa puede brotar lo verdadero. La acción
de abrir una verdad y la capacidad de sublimación relacionan
a la risa y al arte estrechamente. Martin Heidegger mostró que la
verdad del arte está en la inagotable plenitud en que puede
mostrarse y demorarnos lo que es, en la aparición resplandeciente
del ente, para decirlo en una fórmula por supuesto escasa pero que
permite subrayar el carácter iluminador con el que el filósofo
piensa la obra de arte. Quizá lo más escandaloso de las tesis
nietzscheanas, desarrolladas luego por la hermeneútica, sea la interpretación
según la cual, la risa no es sólo un modo más de aprehender
la verdad, sino un momento ineludible en la construcción de toda
verdad. Acaso también la irrupción de la risa llevaría
a cabo una recuperación distorsionante del sentido, una ‘conversión’
quizá cercana a la que piensa Gianni Váttimo en el
concepto de Verwindung acuñado por Heidegger, pues a su modo la
risa es metáfora, expresión de un sentido
que se desplaza, que exhibe su propia negación, que se pierde y
se transforma; un sentido que ha sido ‘llevado’, ‘conducido’
a otra parte, una metáfora que se celebra con el cuerpo y
se traduce en un gesto de agradecimiento, efímero y siempre insatisfactorio,
como todo lo que nos lleva en presencia de lo maravilloso.
(*) Mónica
Giardina
Introducción al
pensamiento científico / CBC
- UBA
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