Cuando se señala
la importancia de desarrollar currículos culturalmente pertinentes,
es decir, «apropiados a la cultura», surge de inmediato un
conjunto de preguntas que parecieran ser esenciales al abordar este tema:
¿Pertinentes
a qué cultura? ¿Es que no lo han sido? ¿Por qué
es importante que sean pertinentes? ¿Cómo se puede favorecer
esa pertinencia?
Cuando
se postula desarrollar un «currículo culturalmente pertinente»,
significa que éste se debe elaborar en base a lo mejor y más
valioso de cada uno de los ámbitos espaciales: universal, occidental,
latinoamericano, nacional y local. A la vez, incorpora los aportes más
significativos del pasado, del presente y de los proyectos a futuro. En
todo esto hay que cuidar, especialmente, que no se desmerezcan aquellos
aspectos referidos a las culturas más diferenciadoras -local, nacional
y latinoamericano-, que es lo que ha sucedido habitualmente.
¿Es que no lo han
sido?
Este último problema
nos lleva a abordar la pregunta planteada, sobre la pertinencia o impertinencia
de los currículos que se han desarrollado. Al respecto, tanto la
revisión de las bases teóricas como del quehacer práctico,
reflejan que esta pertinencia ha sido escasa.
Esta aseveración
se fundamenta al analizar las fuentes en que, habitualmente, se nutren
los currículos preescolares en América Latina: allí
se detecta que el ámbito cultural privilegiado, preferentemente,
es el occidental, en casi total desmedro de autores e investigaciones surgidas
en la región. Esta situación no deja de ser curiosa, cuando
se está planteando considerar fuentes teóricas que ayuden
a entender mejor, el complejo problema que encierra la formación
de la persona, (en definitiva, es de lo que se preocupa la educación),
ya que para ello pareciera evidente la necesidad de basarse en aquello
que sea más cercano y real al educando que se pretende atender,
lo que no es el caso, en general, en la educación latinoamericana.
Es un hecho que se es experto en filosofía, pedagogía y sicología
elaborada en los más diversos lugares del mundo, menos en los más
propios.
Por otra parte, si se revisan
los aspectos sociales que consideran los currículos, se detecta
que captar «las pautas de socialización familiar y comunitaria,
que valoricen la cotidianeidad, los estilos de vida que tienen los hombres
de carne y hueso para resolver sus problemas , no es siempre lo más
frecuente, razón por la cual los currículos no adquieren
significados y relevancia para los distintos grupos sociales en los cuales
están insertos.
Lo mismo sucede si se analizan
las formas de cómo se operacionaliza el currículo. Si se
revisan los objetivos, actividades, recursos, procedimientos de evaluación,
etc., se detecta, nuevamente, cómo, de manera mayoritaria y en forma
permanente, se están transmitiendo elementos de otras culturas,
siendo lo propio, el gran ausente de los currículos educacionales.
¿Qué imágenes
ven los niños en los Jardines Infantiles, qué cuentos, canciones
y rimas escuchan y dicen; qué concepto de niño (a) y persona
se favorece?, ¿el de su comunidad o aquellos que transmiten los
medios de comunicación social, tan ajenos a su realidad, atentando,
por tanto, su autoestima?
Si se asume que, en general,
los currículos desarrollados han sido, en parte, «impertinentes»
con los niños y con la comunidad educativa, cabría entrar
a fundamentar porqué esta pertinencia se plantea como deseable,
lo cual se puede analizar desde diferentes perspectivas.
Desde el punto de vista
del niño:
* Dentro de la singularidad,
básico de respetar, están las diferencias que son propias
del medio cultural del que es partícipe.
* Como todo ser humano posee
una necesidad de identificación cultural y de pertenencia, que es
necesario satisfacer.
* Entre sus principales
características de aprendizaje, está el desprenderse de situaciones
lo más concretas posibles y vivenciales, y si uno se pregunta cuál
es el medio que debería proveer aquello, la respuesta es su entorno
natural, cultural y social.
* Su familia pertenece a
una cultura y, por lo tanto, en la medida en que se favorezca esa relación,
se afirman también los lazos de valoración y estima de ella.
* Toda cultura implica un
conjunto de recursos de toda índole, que posibilita un mejor actuar
dentro de un determinado medio, que es la situación inicial que
le corresponde vivir al niño pequeño.
Desde el punto de vista
de la cultura:
* Toda cultura, creación
humana, merece respeto y el derecho a ser transmitida y renovada, por lo
que el rescate y valorización deben ser parte de una actitud general
de la humanidad.
* El niño es un continuador
de una subcultura determinada, siendo éste uno de los roles que
le corresponde socialmente, por lo que no debería evitársele
que lo ejerza.
* El niño está
en una etapa de enculturación temprana, que es frágil a los
estímulos no coherentes, por lo que hay que cuidar este proceso.
* Cada cultura crea sus
sistemas de socialización y enculturación propios, que son
necesarios de considerar en toda propuesta educacional, ya que llevan consigo
un conjunto de símbolos y códigos que son importantes, tanto
en el proceso de transmisión como en los contenidos que se desarrollan.
Desde el punto de vista
del currículo:
* El currículo pierde
artificialismo al vincularse mejor con la realidad del niño, configurándose
también como un mejor puente entre la educación familiar
y la formal.
* Se aprovechan otros recursos
-tanto humanos, materiales como intangibles-, que habitualmente se desestiman,
y que son de más fácil obtención y significado para
los niños.
* Se incorpora un conjunto
de conductas, de entrada, que son resultado de los aspectos que privilegia
cada medio cultural, lo que posibilita un diagnóstico más
completo de los recursos de los niños y de los aspectos que habría
que estimular.
Conocer profundamente
lo creado en América Latina
Finalmente, en relación
a la última pregunta que nos planteábamos, referida a cómo
favorecer esta pertinencia, que supone algo mucho más profundo que
una mera «folclorización» del currículo, habría
nuevamente que considerar tanto las bases teóricas como lo operacional
del currículo. En lo que se refiere a las bases teóricas
es esencial rescatar y conocer profundamente lo creado en América
Latina. No puede seguirse con lo que ha sido hasta ahora la tónica
en la formación de educadores en esta región, ser especialista
de la cultura filosófica, sicológica, pedagógica y
del saber, en general, creado en otros ámbitos, y, a la vez, unos
grandes desconocedores del quehacer teórico y práctico creado
en nuestros propios contextos. Si pretendemos educandos creativos, seguros,
autónomos y con autoestima, tenemos que aprender los propios educadores
a serlo en primer lugar.
En relación a incorporar
los procesos de socialización y enculturación que las comunidades
han creado, junto con sus símbolos, códigos y elementos más
valiosos de su vida cotidiana, habría que empezar por ser conscientes
del etnocentrismo general que se tiene, en relación a ciertas culturas
(las dominantes) y, en particular, el etnocentrismo educativo, que no nos
hace ver otras formas a través de las cuales se da la educación,
que es entre otros aspectos, lo que implica, la aplicación de este
criterio.
Finalmente, en función
a operacionalizar todos estos planteamientos en un currículo educacional,
proponemos los siguientes puntos:
* Cada educador que actúa
como agente externo de una comunidad, debe crear una instancia de reflexión
y cuestionamiento personal, tendiente a detectar sus actitudes y postura
general frente a la cultura en que se integra, con el propósito
de identificar sus posibles prejuicios o tendencias hacia ella. Dicho
en otros términos, esto implica efectuar una evaluación diagnóstica
de tipo personal, del grado de comprensión y conocimiento que se
tiene de esa cultura.
* Recolectar antecedentes
sobre los valores y características esenciales de la cultura en
estudio, a través de :
- Revisión
bibliográfica.
- Reuniones con miembros
significativos de la comunidad.
- Entrevistas con
las personas más cercanas al niño, tendientes a conocer sus
formas educativas, y mediante, observaciones en terreno de las costumbres
y forma de vida de las personas de esa comunidad.
* Realizar un proceso
de integración de toda esta información obtenida, y de selección,
en el sentido de distinguir lo más valioso y significativo de esa
cultura. Para ello aparece como importante el discutirlo con las personas
culturalmente más representativas de esa comunidad, como por ejemplo,
los «patriarcas» naturales.
* Filtrar los aportes
más significativos de la cultura, a la luz de las características
generales de desarrollo del párvulo, de manera de favorecer todo
aquello que es adecuado para la etapa de desarrollo en que está
viviendo el niño.
* Analizar la compatibilidad
de los aportes culturales seleccionados con los de las otras fuentes culturales,
como son las nacionales, regionales y la universal, y, en el caso de haber
discrepanciass, hacer las opciones que se requieren, teniendo presente
las ventajas y limitaciones de cada decisión.
* Respecto a ambiente humano,
detectar los agentes educativos de la comunidad, y organizar su
participación periódica y/o permanente en distintos períodos
de trabajo del Jardín Infantil (abuelos, hermanos mayores, «tíos»,
etc.). Para que sean ellos quienes incorporen las formas de socialización
y enculturación de las comunidades.
* Organizar el ambiente
físico, considerando aportes que sean propios de esa comunidad:
estilos arquitectónicos, materiales, criterios de distribución
del espacio, de ornamentación. También se hace referencia
con este criterio a incluir mobiliario local; artesanías: tejidos,
cestería, alfombras, baúles; imágenes, colores más
usados, juguetes tradicionales, utensilios, etc.
* Estructurar una
jornada de trabajo diaria, que en su organización considere entre
otros aspectos: el ritmo de trabajo de esos niños, las valorizaciones
en relación al tiempo que tienen en esa comunidad, junto con actividades
propias de la vida cotidiana de esas personas.
* Referida a los niños
específicamente, realizar una evaluación diagnóstica,
tendiente a detectar el grado de internalización que ellos tienen
de aquellas conductas que se han seleccionado como fundamentales de atender
en relación a ese medio.
* Integrar los productos
de todos los procesos anteriormente puntualizados en una planificación
que considere:
-Objetivos tendientes a
facilitar la relación del niño con su cultura (afectivo,
motor e intelectual).
-Actividades vivenciales,
a través de las cuales el niño tenga una interacción
plena y concreta con todas las expresiones de esa cultura. Esto supone,
entre otros, lo verbal, musical, lúdicas, motoras, culinarias, festivas,
etc.
-Estrategias acordes a la
forma de «ser culturales» y del párvulo. Entre ellas
aparece como importante el que personas de la comunidad participen con
una cierta frecuencia en las actividades que se realizan.
-La incorporación
de los diferentes recursos materiales de esa cultura y del medio natural
donde ésta se ha creado. Por ejemplo, juguetes tradicionales, instrumentos
musicales, utensilios, artesanías. Junto con ellos, los colores,
formas y aportes concretos de la tierra, piedras, conchas, vegetales, etc.,
que aporta cada región.
-La integración de
los recursos intangibles de todo tipo que aporta la comunidad: lúdicos,
verbales y musicales, que pueden ser incorporados a través de cuentos,
juegos, rimas, leyendas, cantos, bailes, chistes, fiestas, etc.
* Realizar un proceso evaluativo
que:
-Considere algunas prácticas
evaluativas de la comunidad y algunos criterios importantes como marco
referencial.
-Detecte el nivel de logro
de los niños, en cuanto a las conductas afectivas, motoras e intelectuales
que se seleccionaron respecto a su cultura.
-Establezca el grado en
que se ha favorecido la relación cultura-currículo, a través
de la revisión de los diferentes factores y elementos del currículo
que se han considerado.
La revisión de este
criterio -la pertinencia cultural- lleva a algunas de las principales implicaciones
que podrían surgir para el nivel de Educación Parvularia,
a partir de los planteamientos para desarrollar un currículo «culturalmente
pertinente».
Cabe señalar que
esto no significa encerrarse solamente en las culturas más próximas,
como algunos erróneamente lo interpretan, sino considerar los mejores
aportes de todos los ámbitos culturales, tanto del pasado, del presente
como de las proyecciones a futuro, pero sin que en ello falten estas culturas
más nuestras, que es lo que ha sucedido hasta ahora.
América Latina ya
está madura para ir buscando sus senderos; ya hemos aprendido mucho
de otros y es el momento de ir buscando nuestros propios caminos. Por nosotros
mismos y por las generaciones jóvenes, no podemos continuar teniendo
siempre como meta los modelos sociales, económicos, educacionales,
etc., que otros tienen; puede que en algún momento nos aporten,
y siempre estaremos abiertos al mundo, pero no en la forma como ha sido
hasta ahora: importando indiscriminadamente todo, entre ello, modelos educativos,
para ser «como otros». Para ir superando esta situación
tenemos que empezar a mirarnos más a nosotros mismos, a conocernos
realmente y, porqué no decirlo, a querernos más. Así,
con ese actuar, iremos poco a poco avanzando y dando nuestro aporte original
no solamente al mundo, sino en primer lugar a nosotros mismos.
(*) María Victoria
Peralta Espinosa
Vicepresidenta Ejecutiva
Junta Nacional de Jardines Infantiles,
JUNJI - Chile
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